lunes, 30 de julio de 2007

CARLOS AIUB, VERSOS QUE REGRESAN

literaturavida y obra del poeta y militante carlos aiub
La poesía urgente, en busca de la palabra justa

También geólogo y vendedor de libros, está desaparecido desde junio del ’77. Acaba de publicarse Versos aparecidos, dentro de la colección Los Detectives Salvajes. El libro incluye 30 poemas encontrados por sus hijos, escritos en un cuaderno Exito.
Por Silvina Friera en Página 12
La máquina de muerte ejecutada por la dictadura alcanzó a la familia Aiub en La Plata, en junio de 1977, con los secuestros de Carlos y su mujer, Beatriz Ronco. Cuando los familiares decidieron recuperar de la casa que alquilaban en Tolosa las pocas pertenencias que no habían sido robadas o destruidas, encontraron un viejo cuaderno anillado –de paradójica marca Exito– que contenía de puño y letra treinta poemas que Carlos, militante del Movimiento Revolucionario 17 de Octubre (M-17), geólogo y vendedor de libros, habría escrito entre 1972 y 1975. Para sus hijos, Ramón y Juan, no resultó fácil la decisión de publicar estos poemas a 30 años de la desaparición de su padre. “Nunca sabremos si fueron sólo esos treinta los que escribió o si éstos sólo son una pequeña fracción de una obra que la acción represiva y silenciadora jamás nos permitirá conocer. Nunca sabremos tampoco si él hubiese querido hacerlos públicos, pero jamás tampoco tendremos esa respuesta”, señalan sus hijos en el prólogo de Versos aparecidos, poemas de Aiub publicados en la colección Los detectives salvajes, coordinada por el poeta Julián Axat, de la editorial platense La Talita Dorada (ver aparte).
Versos a golpes
“La poesía de Aiub es el grado cero de la escritura de una época, es como un punto neutro que lo contiene todo de una manera muy simple, poética –-explica Axat en diálogo con Página/12–. Me arriesgaría a decir, sin caer en un extremo, que en este puñado de versos está condensada toda la historia de la militancia revolucionaria de los ’70. Incluyendo todas sus problemáticas, cuyo capítulo más polémico y a la vez más maravilloso sería la belleza en la pasión revolucionaria.” Axat, autor de los poemarios Los albañiles, Peso formidable y Médium (poética belli), entre otros títulos, señala que cuando Aiub dice que “esos versos que aún intento a golpes”, están poniendo en evidencia la exposición de su vida por la lucha revolucionaria como parte de la lucha por la poesía. “No hay posibilidad de entrega sin ambas. La guerra ‘de’ y ‘desde’ la poesía, como parte de la guerra ‘de’ y ‘desde’ la política. Citando a Clausewitz, la poesía es también como la política, la guerra por otros medios. La guerra por una nueva palabra, que al decir de otro gran poeta desaparecido como Francisco ‘Paco’ Urondo, se trata de la búsqueda de una palabra más justa.”
La mayoría de estos poemas no tiene título, sólo unos pocos recibieron nombre. Algo similar ocurre con las fechas, no todas fueron registradas por el poeta. La publicación de Versos aparecidos respeta el orden espacial que ocupaban los poemas dentro del cuaderno Exito, y de acuerdo con ese orden han sido numerados. “Contemplando aquellos poemas fechados, resulta extraña la inexistencia de una línea cronológica dentro del ordenamiento espacial –advierten los hijos en el prólogo–. Una posible explicación imagina al cuaderno conteniendo trascripciones de una selección realizada por Carlos, hipótesis probable dado el confiado uso de la tinta y las escasas correcciones.”
Aiub nació en Coronel Dorrego y entre colegio, fútbol –con más ganas que habilidad, según cuentan–, clases de plástica y música de Los Beatles, transcurrieron allí su infancia y juventud junto a sus hermanos menores, Ricardo (también desaparecido) y Marita (asesinada en un operativo junto con su esposo, Rafael, y su hijo, Claudio, de dos meses, en julio de 1977). Cuando terminó sus estudios secundarios, Aiub se trasladó a La Plata para estudiar geología, carrera en la que se graduó tiempo después. Cuando se acercó al Peronismo de Base y comenzó su militancia barrial, conoció a Beatriz Ronco –Bea en sus poemas–, su compañera, esposa y con quien tuvo dos hijos varones, Ramón y Juan.
El universo poético de los ’70
¿Qué fue lo que percibió Axat al leer los poemas de este militante, vendedor ambulante de libros y geólogo que trabajaba en el Museo de Ciencias Naturales de la Plata? “Lo que más me sorprendió no fue la escritura ni el estilo de Aiub –responde–. Los versos son sencillos, no poseen barroquismo alguno, en todo caso dan cuenta de la urgencia con la que están escritos, la hondura de un militante comprometido a tal punto con la palabra, que si no mejoran sus versos, no mejora él mismo: el hombre nuevo debe ser también un hombre de la belleza. Poesía y Poeta serían indistinguibles, dice Gelman cuando habla del último Urondo.” Otro aspecto que a Axat le parece sorprendente es que Aiub vaticina en sus versos su pronta desaparición. “Como si fuera un revelado, nos está diciendo que en poco tiempo los ejércitos de la noche se aproximan a llevarse a toda una generación para acallarla. Viene a mí la famosa idea del Angel Nuevo de Walter Benjamin, que ya se anticipa a Auschwitz en sus primeros escritos”, recuerda el coordinador de la colección.
Axat plantea que los versos de Aiub cuentan una historia no contada hasta el momento por ningún archivo o libro de historia: la historia del imaginario revolucionario de los ’70, narrada desde el universo poético. “Cierta bibliografía que hoy circula en el mercado de la memoria setentista muchas veces cae en subestimaciones militantes por dos razones: la primera omite maliciosamente este imaginario poético, por lo tanto se remite a los hechos secamente objetivos en forma de crónica. La segunda subestima ese mismo imaginario haciendo valer cierta idea de ‘manipulación’ desde las cúpulas revolucionarias. Es aquí donde aparece la necesidad de poder explicar la ‘lógica interna’, la intimidad y el imaginario poético de determinados militantes (no de todos, por supuesto) en su capacidad de entrega. El libro de Aiub da respuesta a estos problemas, completando esa otra parte de la historia no contada hasta ahora, y lo hace como protagonista. Es su voz la que viaja en el tiempo (30 años) para llegar a nosotros que hoy la descubrimos.”
“Los versos de Aiub –agrega Axat– nos hablan de la alegría de hacer la guerra, de la ofrenda a la posteridad que eso significa, del primer día de militancia”. Y cita a modo de ejemplo unos versos del poema Uno: “la alegría de nosotros en ellos/la alegría en esta guerra/las partes lindas de la guerra sucia en la guerra larga/la ofrenda generosa pura/la ofrenda escamoteada quizá para mañana mismo/la pequeña zona liberada de mis sueños de estratega/el marco de la guerra cotidiana/así simple mezclándose lo nuestro con el barrio, con los cumpas de la diaria militancia”. El poeta y coordinador de la colección Los Detectives Salvajes observa que hay una sensibilidad para nombrar el mundo, “para apreciar sus miserias y grandezas bajo el manto de la melancolía” en versos como “la tristeza es una figura del humo/la tristeza es una niña vestida de otoño/un encuentro común aunque no lo busco/la tristeza es un pedazo de cielo tras la ventana pequeña de la celda/es morir y no ver el futuro”.
“El trabajo con la palabra parece consistir en dejar de lado los barrocos, ser claro y preciso”, subraya Axat. “Por momentos Carlos nos cuenta de su amor (“un año hace apenas cuando nos conocimos/casi yo sin darme cuenta/cuando aquel pedazo de mi corazón vacío/comenzó a llenarse...”), pero también están las inquietudes y los miedos, la sensación de que los días pasan y se asume el riesgo de que todo puede precipitarse, que la posibilidad de perderse está allí presente, tocándole los talones todo el tiempo (“la idea de la muerte que la pensás lejana esa muerte diaria con olor a balas o a picana o a miseria larga”). Hay también pequeños homenajes en dos poemas: “Gordo ¡Presente!” (Poema ocho) y “Vos y Trelew” (Poema Diecisiete): “Retomo la vida de ustedes inconclusa/ retomo la poesía aquella también inconclusa/retomo mi propio camino entonces (hace tres años Trelew 22 de agosto)/ y busco”.
El poeta y coordinador de la colección aclara que todos los poemas parecen estar hechos con una velocidad especial. “Tienen el don de la velocidad de la luz. Así llegaron hasta aquí, son palabras fraguadas como el rayo que atraviesa lo peor de la noche. Los versos dejan ver esa frescura militante trazada a los tumbos en un cuaderno a mano, sobre el límite de una hoja filosa”, sugiere Axat. “El libro de Aiub también muestra lo difícil de volver a ese imaginario poético anterior a la ESMA. Parafraseando a Theodor Adorno, la ESMA es bisagra, marca un antes y un después de esa poesía en Argentina. Cantidad de poesía, escrita o latente –en potencia–- borrada del mapa, secuestrada, torturada y finalmente silenciada. ¿Qué queda hoy de esa poesía? Esto último es lo mismo que preguntarse: ¿Qué queda de la poesía de Aiub más allá de ese manuscrito encontrado por sus hijos y que hoy es publicado? ¿Existirá algo más perdido por allí que haya escrito Aiub?, ¿O es todo lo que él quiso decirnos?” Preguntas sin repuestas... por el momento.

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domingo, 22 de julio de 2007

EL DIARIO DE RUSTKA LASKIER

Diario del gueto
Si Dios existiese no permitiría que seres humanos fuesen arrojados vivos a hornos crematorios, que las cabezas de los niños fuesen destrozadas a culatazos o se les encerrase en sacos para ser gasado hasta la muerte". Lo escribió Rutka Laskier, una judía polaca de 14 años, el 5 de febrero de 1943, pocos meses antes de morir en el infierno del campo de exterminio de Auschwitz, en un diario que escondió antes de ser deportada y que ha tardado 63 años en salir casi milagrosamente a la luz.
Rutka empezó a redactar el cuaderno el 19 de enero de 1943, con su país ocupado por los alemanes y éstos poniendo en práctica lo que Hitler y sus secuaces llamaban "solución final del problema judío", y que la historia ha acuñado con el nombre de Holocausto. La chica vivía con sus padres y su hermano menor, Henius, en condiciones más que precarias, en una sola habitación de un piso del gueto de Bedzin, al sur del país. Y como refleja su diario, que recuerda el ya mítico de Ana Frank, era perfectamente consciente de lo que estaba pasando en Europa y del destino horrendo al que se enfrentaba.
"El cerco en torno a nosotros se hace cada día más estrecho", escribe el 5 de febrero. Pero la barbarie aún había de brindar a Rutka tres meses preciosos, antes de su viaje al matadero de Auschwitz, para llenar unas 60 páginas manuscritas en un sencillo cuaderno. Su contenido es un singular relato en el que esta adolescente entrelazó el miedo y las atrocidades en los que estaba inmersa y la pujanza de una adolescente que apenas se asomaba entonces a los secretos de la vida.
"Hoy he visto a un soldado alemán arrancar a un bebé de las manos de su madre y partirle la cabeza a golpes contra un poste de la electricidad. La madre enloqueció. Yo estoy aterrorizada cuando veo uniformes. Me estoy convirtiendo en un animal a la espera de la muerte". Ése es el mundo que rodeaba a Rutka un día cualquiera -el día 6 de febrero de 1943- en la rutina del gueto.
Y, sin embargo, tan sólo unos días después, la adolescente tiene ya otras cosas muy diferentes en la cabeza: "He decidido dejar que Janek me bese. Al final, alguien tendrá que darme el primer beso. Entonces, que sea Janek. Me gusta".
Aparecen el amor y la sensualidad, junto a las dudas que a menudo los acompañan; pero todo se interrumpe el 24 de abril, cuando Rutka apunta su última nota poco antes de que la familia Laskier sea deportada, primero a otro gueto y luego a Auschwitz, que ha pasado a la historia como máximo exponente del horror nazi. Rutka morirá allí. Acabada la guerra, los historiadores establecieron que tan sólo en ese campo de exterminio fueron asesinados más de un millón de judíos y decenas de miles de gitanos y de opositores políticos polacos y soviéticos.
Antes de ser deportada, sin embargo, la joven Rutka -que nació probablemente en la ciudad de Gdansk, aunque hay alguna duda al respecto- tiene la voluntad, la lucidez y la habilidad para ocultar el cuaderno en un escondrijo. Lo hizo bajo las escaleras de la casa de la calle Kasernerstrasse, número 13, por indicación de Stanislawa Sapinska, una amiga, cristiana, unos 10 años mayor que ella.
"Yo vivía con mi familia en esa casa antes de que los nazis llegaran a Bedzin", rememora ahora Sapinska, que tiene hoy 89 años, desde esta ciudad polaca. "Cuando nuestra zona fue convertida en gueto, los vecinos no judíos fuimos trasladados a otro barrio. Sin embargo, como yo trabajaba cerca de la vivienda familiar, mi padre me pedía a menudo que me acercara a ver en qué condiciones se encontraba. Así terminé trabando amistad con Rutka".
Sapinska aprovecha a veces la pausa de la comida para ir a ver a su nueva amiga. Se sientan en un banco cerca de la casa y charlan. "Era una chica agradable y sensata, y más madura de lo que su edad podía hacer pensar", recuerda. "Nuestra amistad no fue muy larga, pero se hizo enseguida estrecha, quizá por la dureza de los acontecimientos que nos rodeaban. Llegué a sentir hacia ella el cariño de una hermana mayor".
Entre tanto, la máquina de exterminio nazi se acerca, y Rutka lo sabe. "Pese a su juventud, estaba siempre mejor informada que yo", cuenta Sapinska. Tanto que, todavía hoy, sospecha que estaba en contacto con alguna organización de la resistencia.
El alto grado de conocimiento que tenía Rutka sobre lo que ocurría en Auschwitz resulta bastante insólito, ya que, por aquella época, lo ignoraban la mayoría de los judíos. Eso, sin embargo, no suscita dudas en Yad Vashem, el centro israelí dedicado a mantener viva la memoria del Holocausto que, con la publicación del diario, avala la autenticidad del mismo.
Dadas las circunstancias que la rodean, no tarda en llegar el momento en el que la adolescente empieza a perder la esperanza. "Siento que ésta es la última vez que escribo. Hay una aktion [redada] en la ciudad. No puedo salir y estoy enloqueciendo, presa en casa. Esto es un tormento, es el infierno. Intento huir de estos pensamientos, pero me persiguen como moscas fastidiosas. Si sólo pudiese decir se acabó. Sólo se muere una vez..., pero no puedo porque, pese a todas estas atrocidades, quiero vivir, y espero el día siguiente. Eso significa esperar Auschwitz". Es el 20 de febrero.
Rutka se equivoca. Aún tendrá tiempo de escribir más, de dudar de su amor por Janek, de arrepentirse de haberle tratado mal en alguna ocasión, de sentirse agotada por el miedo que lee en las caras. Ante semejante escenario, Rutka decide confiar a su amiga la existencia de su diario y le expresa su deseo de que el cuaderno no se pierda pase lo que pase.
"Como yo conocía la casa, le indiqué un escondrijo que podría utilizar en el caso de que surgieran problemas", explica Sapinska. "Acordamos que, si le pasaba algo, yo me acercaría después de la guerra para recuperar el diario".
Así lo hizo.
Terminada la guerra, Sapinska volvió a la casa de la Kasernerstrasse, número 13. Encontró el inmueble en muy malas condiciones. Fue hasta el lugar pactado. Y allí estaba, prácticamente íntegro, el cuaderno de Rutka. Sólo unas páginas habían sido arrancadas. Posiblemente la propia chica decidió en el último momento que había algunas cosas que no quería que llegaran a saberse. Quizá algo muy intimo.
"Me conmoví al encontrarlo y leerlo", recuerda Sapinska. Guarda el cuaderno en una estantería de su casa..., y allí se queda durmiendo más de 60 años. De vez en cuando lo coge, lee unas páginas, recuerda a su amiga y al destino trágico que sufrió. "Pero nunca se me ocurrió publicarlo". Lo guardó simplemente como un tesoro privado, hasta que la curiosidad de un sobrino interesado en la atormentada historia de Polonia durante la II Guerra Mundial vino a cambiar las cosas.
Sapinska tiene en su librería una buena respuesta para muchas de las preguntas del sobrino: el diario de Rutka. Nada más abrirlo, el sobrino se da cuenta del excepcional valor del documento, convence a Stanislawa de la necesidad de publicarlo y contacta con Adam Szydlowski, un funcionario del Ayuntamiento de Bedzin que lleva el centro de cultura judía de la localidad. "Cuando leí el cuaderno me quedé impresionado", señalaba el miércoles Szydlowski desde Krynica, una localidad turística del sur de Polonia, donde se encuentra de vacaciones. Se da cuenta de que, pese a tener sólo 14 años, la autora del diario posee una extraordinaria agudeza visual y un notable sentido del ritmo narrativo. El texto, espontáneo, inspira ternura, angustia y emoción.
Szydlowski se lanza entonces tras la pista de Rutka; intenta reconstruir su historia, localizar a sus familiares y amigos. Poco a poco logra todos sus objetivos. "Contacté con amigos que tengo en Israel y me puse a la caza. Localicé a una amiga de Rutka, Linka Gold, que actualmente vive en Londres y que pudo salvarse de Auschwitz gracias a unos pasaportes paraguayos falsos que algunas familias judías de Bedzin lograron obtener".
Tirando del hilo, con la ayuda de Menachem Lior, que conoció a Rutka en Bedzin, Szydlowski descubre que el padre de la chica, Yaacov Laskier, logró sobrevivir al terrible campo de exterminio. Sin embargo, su madre y su hermano fueron asesinados poco después .-

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domingo, 15 de julio de 2007

Roberto Bolaño y "El ojo Silva"

EL OJO SILVA
Para Rodrigo Pinto y María y Andrés Braithwaite

Lo que son las cosas, Mauricio Silva, llamado el Ojo, siempre intentó escapar de la violencia aun a riesgo de ser considerado un cobarde, pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década del cincuenta, los que rondábamos los veinte años cuando murió Salvador Allende.
El caso del Ojo es paradigmático y ejemplar y tal vez no sea ocioso volver a recordarlo, sobre todo cuando ya han pasado tantos años. En enero de 1974, cuatro meses después del golpe de Estado, el Ojo Silva se marchó de Chile. Primero estuvo en Buenos Aires, luego los malos vientos que soplaban en la vecina república lo llevaron a México en donde vivió un par de años y en donde lo conocí. No era como la mayoría de los chilenos que por entonces vivían en el D.F.: no se vanagloriaba de haber participado en una resistencia más fantasmal que real, no frecuentaba los círculos de exiliados. Nos hicimos amigos y solíamos encontrarnos una vez a la semana, por lo menos, en el café La Habana, de Bucareli, o en mi casa de la calle Versalles en donde yo vivía con mi madre y con mi hermana. Los primeros meses el Ojo Silva sobrevivió a base de tareas esporádicas y precarias, luego consiguió trabajo como fotógrafo de un periódico del D.F. No recuerdo qué periódico era, tal vez El Sol, si alguna vez existió en México un periódico de ese nombre, tal vez El Universal; yo hubiera preferido que fuera El Nacional, cuyo suplemento cultural dirigía el viejo poeta español Juan Rejano, pero en El Nacional no fue porque yo trabajé allí y nunca vi al Ojo en la redacción. Pero trabajó en un periódico mexicano, de eso no me cabe la menor duda, y su situación económica mejoró, al principio imperceptiblemente, porque el Ojo se había acostumbrado a vivir de forma espartana, pero si uno afinaba la mirada podía apreciar señales inequívocas que hablaban de un repunte económico. Los primeros meses en el D.F., por ejemplo, lo recuerdo vestido con sudaderas. Los últimos ya se había comprado un par de camisas e incluso una vez lo vi con corbata, una prenda que nosotros, es decir mis amigos poetas y yo, no usábamos nunca. De hecho, el único personaje encorbatado que alguna vez se sentó a nuestra mesa del café Quito, en la avenida Bucareli, fue el Ojo. Por aquellos días se decía que el Ojo Silva era homosexual. Quiero decir: en los círculos de exiliados chilenos corría ese rumor, en parte como manifestación de maledicencia y en parte como un nuevo chisme que alimentaba la vida más bien aburrida de los exiliados, gente de izquierda que pensaba, al menos de cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha que en aquel tiempo se enseñoreaba de Chile. Una vez vino el Ojo a comer a mi casa. Mi madre lo apreciaba y el Ojo correspondía al cariño haciendo de vez en cuando fotos de la familia, es decir de mi madre, de mi hermana, de alguna amiga de mi madre y de mí. A todo el mundo le gusta que lo fotografíen, me dijo una vez. A mí me daba igual, o eso creía, pero cuando el Ojo dijo eso estuve pensando durante un rato en sus palabras y terminé por darle la razón. Sólo a algunos indios no les gustan las fotos, dijo. Mi madre creyó que el Ojo estaba hablando de los mapuches, pero en realidad hablaba de los indios de la India, de esa India que tan importante iba a ser para él en el futuro. Una noche me lo encontré en el café Quito. Casi no había parroquianos y el Ojo estaba sentado junto a los ventanales que daban a Bucareli con un café con leche servido en vaso, esos vasos grandes de vidrio grueso que tenía el Quito y que nunca más he vuelto a ver en un establecimiento público. Me senté junto a él y estuvimos charlando durante un rato. Parecía translúcido. Esa fue la impresión que tuve. El Ojo parecía de cristal, y su cara y el vaso de vidrio de su café con leche parecían intercambiar señales, como si se acabaran de encontrar, dos fenómenos incomprensibles en el vasto universo, y trataran con más voluntad que esperanza de hallar un lenguaje común. Esa noche me confesó que era homosexual, tal como propagaban los exiliados, y que se iba de México. Por un instante creí entender que se marchaba porque era homosexual. Pero no, un amigo le había conseguido un trabajo en una agencia de fotógrafos de París y eso era algo con lo que siempre había soñado. Tenía ganas de hablar y yo lo escuché. Me dijo que durante algunos años había llevado con ¿pesar?, ¿discreción?, su inclinación sexual, sobre todo porque él se consideraba de izquierdas y los compañeros veían con cierto prejuicio a los homosexuales. Hablamos de la palabra invertido (hoy en desuso) que atraía como un imán paisajes desolados, y del término colisa, que yo escribía con ese y que el Ojo pensaba se escribía con zeta. Recuerdo que terminamos despotricando contra la izquierda chilena y que en algún momento yo brindé por los luchadores chilenos errantes, una fracción numerosa de los luchadores latinoamericanos errantes, entelequia compuesta de huérfanos que, como su nombre indica, erraban por el ancho mundo ofreciendo sus servicios al mejor postor, que casi siempre, por lo demás, era el peor. Pero después de reírnos el Ojo dijo que la violencia no era cosa suya. Tuya sí, me dijo con una tristeza que entonces no entendí, pero no mía. Detesto la violencia. Yo le aseguré que sentía lo mismo. Después nos pusimos a hablar de otras cosas, libros, películas, y ya no nos volvimos a ver. Un día supe que el Ojo se había marchado de México. Me lo comunicó un antiguo compañero suyo del periódico. No me pareció extraño que no se hubiera despedido de mí. El Ojo nunca se despedía de nadie. Yo nunca me despedía de nadie. Mis amigos mexicanos nunca se despedían de nadie. A mi madre, sin embargo, le pareció un gesto de mala educación. Dos o tres años después yo también me marché de México. Estuve en París, lo busqué (si bien no con excesivo ahínco), no lo encontré. Con el paso del tiempo empecé a olvidar hasta su rostro, aunque siempre persistió en mi memoria una forma de acercarse, un estar, una forma de opinar desde cierta distancia y desde cierta tristeza nada enfática que asociaba con el Ojo Silva, un Ojo Silva que ya no tenía rostro o que había adquirido un rostro de sombras, pero que aún mantenía lo esencial, la memoria de su movimiento, una entidad casi abstracta pero en donde no cabía la quietud. Pasaron los años. Muchos años. Algunos amigos murieron. Yo me casé, tuve un hijo, publiqué algunos libros. En cierta ocasión tuve que ir a Berlín. La última noche, después de cenar con Heinrich von Berenberg y su familia, cogí un taxi (aunque usualmente era Heinrich el que cada noche me iba a dejar al hotel) al que ordené que se detuviera antes porque quería pasear un poco. El taxista (un asiático ya mayor que escuchaba a Beethoven) me dejó a unas cinco cuadras del hotel. No era muy tarde aunque casi no había gente por las calles. Atravesé una plaza. Sentado en un banco estaba el Ojo. No lo reconocí hasta que él me habló. Dijo mi nombre y luego me preguntó cómo estaba. Entonces me di la vuelta y lo miré durante un rato sin saber quién era. El Ojo seguía sentado en el banco y sus ojos me miraban y luego miraban el suelo o a los lados, los árboles enormes de la pequeña plaza berlinesa y las sombras que lo rodeaban a él con más intensidad (eso creí entonces) que a mí. Di unos pasos hacia él y le pregunté quién era. Soy yo, Mauricio Silva, dijo. ¿El Ojo Silva de Chile?, dije yo. Él asintió y sólo entonces lo vi sonreír. Aquella noche conversamos casi hasta que amaneció. El Ojo vivía en Berlín desde hacía algunos años y sabía encontrar los bares que permanecían abiertos toda la noche. Le pregunté por su vida. A grandes rasgos me hizo un dibujo de los avatares del fotógrafo free lancer. Había tenido casa en París, en Milán y ahora en Berlín, viviendas modestas en donde guardaba los libros y de las que se ausentaba durante largas temporadas. Sólo cuando entramos al primer bar pude apreciar cuánto había cambiado. Estaba mucho más flaco, el pelo entrecano y la cara surcada de arrugas. Noté asimismo que bebía mucho más que en México. Quiso saber cosas de mí. Por supuesto, nuestro encuentro no había sido casual. Mi nombre había aparecido en la prensa y el Ojo lo leyó o alguien le dijo que un compatriota suyo daba una lectura o una conferencia a la que no pudo ir, pero llamó por teléfono a la organización y consiguió las señas de mi hotel. Cuando lo encontré en la plaza sólo estaba haciendo tiempo, dijo, y reflexionando a la espera de mi llegada. Me reí. Reencontrarlo, pensé, había sido un acontecimiento feliz. El Ojo seguía siendo una persona rara y sin embargo asequible, alguien que no imponía su presencia, alguien al que le podías decir adiós en cualquier momento de la noche y él sólo te diría adiós, sin un reproche, sin un insulto, una especie de chileno ideal, estoico y amable, un ejemplar que nunca había abundado mucho en Chile pero que sólo allí se podía encontrar. Releo estas palabras y sé que peco de inexactitud. El Ojo jamás se hubiera permitido estas generalizaciones. En cualquier caso, mientras estuvimos en los bares, sentados delante de un whisky y de una cerveza sin alcohol, nuestro diálogo se desarrolló básicamente en el terreno de las evocaciones, es decir fue un diálogo informativo y melancólico. El diálogo, en realidad el monólogo, que de verdad me interesa es el que se produjo mientras volvíamos a mi hotel, a eso de las dos de la mañana. La casualidad quiso que se pusiera a hablar (o que se lanzara a hablar) mientras atravesábamos la misma plaza en donde unas horas antes nos habíamos encontrado. Recuerdo que hacía frío y que de repente escuché que el Ojo me decía que le gustaría contarme algo que nunca antes le había contado a nadie. Lo miré. El Ojo tenía la vista puesta en el sendero de baldosas que serpenteaba por la plaza. Le pregunté de qué se trataba. De un viaje, contestó en el acto. ¿Y qué pasó en ese viaje?, le pregunté. Entonces el Ojo se detuvo y durante unos instantes pareció existir sólo para contemplar las copas de los altos árboles alemanes y los fragmentos de cielo y nubes que bullían silenciosamente por encima de éstos. Algo terrible, dijo el Ojo. ¿Tú te acuerdas de una conversación que tuvimos en el Quito antes de que me marchara de México? Sí, dije. ¿Te dije que era gay?, dijo el Ojo. Me dijiste que eras homosexual, dije yo. Sentémonos, dijo el Ojo. Juraría que lo vi sentarse en el mismo banco, como si yo aún no hubiera llegado, aún no hubiera empezado a cruzar la plaza, y él estuviera esperándome y reflexionando sobre su vida y sobre la historia que el destino o el azar lo obligaba a contarme. Alzó el cuello de su abrigo y empezó a hablar. Yo encendí un cigarrillo y permanecí de pie. La historia del Ojo transcurría en la India. Su oficio y no la curiosidad de turista lo había llevado hasta allí, en donde tenía que realizar dos trabajos. El primero era el típico reportaje urbano, una mezcla de Marguerite Duras y Hermann Hesse, el Ojo y yo sonreímos, hay gente así, dijo, gente que quiere ver la India a medio camino entre India Song y Sidharta, y uno está para complacer a los editores. Así que el primer reportaje había consistido en fotos donde se vislumbraban casas coloniales, jardines derruidos, restaurantes de todo tipo, con predominio más bien del restaurante canalla o del restaurante de familias que parecían canallas y sólo eran indias, y también fotos del extrarradio, las zonas verdaderamente pobres, y luego el campo y las vías de comunicación, carreteras, empalmes ferroviarios, autobuses y trenes que entraban y salían de la ciudad, sin olvidar la naturaleza como en estado latente, una hibernación ajena al concepto de hibernación occidental, árboles distintos a los árboles europeos, ríos y riachuelos, campos sembrados o secos, el territorio de los santos, dijo el Ojo. El segundo reportaje fotográfico era sobre el barrio de las putas de una ciudad de la India cuyo nombre no conoceré nunca. Aquí empieza la verdadera historia del Ojo. En aquel tiempo aún vivía en París y sus fotos iban a ilustrar un texto de un conocido escritor francés que se había especializado en el submundo de la prostitución. De hecho, su reportaje sólo era el primero de una serie que comprendería barrios de tolerancia o zonas rojas de todo el mundo, cada una fotografiada por un fotógrafo diferente, pero todas comentadas por el mismo escritor. No sé a qué ciudad llegó el Ojo, tal vez Bombay, Calcuta, tal vez Benarés o Madrás, recuerdo que se lo pregunté y que él ignoró mi pregunta. Lo cierto es que llegó a la India solo, pues el escritor francés ya tenía escrita su crónica y él únicamente debía ilustrarla, y se dirigió a los barrios que el texto del francés indicaba y comenzó a hacer fotografías. En sus planes -y en los planes de sus editores- el trabajo y por lo tanto la estadía en la India no debía prolongarse más allá de una semana. Se hospedó en un hotel en una zona tranquila, una habitación con aire acondicionado y con una ventana que daba a un patio que no pertenecía al hotel y en donde había dos árboles y una fuente entre los árboles y parte de una terraza en donde a veces aparecían dos mujeres seguidas o precedidas de varios niños. Las mujeres vestían a la usanza india, o lo que para el Ojo eran vestimentas indias, pero a los niños incluso una vez los vio con corbatas. Por las tardes se desplazaba a la zona roja y hacía fotos y charlaba con las putas, algunas jovencísimas y muy hermosas, otras un poco mayores o más estropeadas, con pinta de matronas escépticas y poco locuaces. El olor, que al principio más bien lo molestaba, terminó gustándole. Los chulos (no vio muchos) eran amables y trataban de comportarse como chulos occidentales o tal vez (pero esto lo soñó después, en su habitación de hotel con aire acondicionado) eran estos últimos quienes habían adoptado la gestualidad de los chulos hindúes. Una tarde lo invitaron a tener relación carnal con una de las putas. Se negó educadamente. El chulo comprendió en el acto que el Ojo era homosexual y a la noche siguiente lo llevó a un burdel de jóvenes maricas. Esa noche el Ojo enfermó. Ya estaba dentro de la India y no me había dado cuenta, dijo estudiando las sombras del parque berlinés. ¿Qué hiciste?, le pregunté. Nada. Miré y sonreí. Y no hice nada. Entonces a uno de los jóvenes se le ocurrió que tal vez al visitante le agradara visitar otro tipo de establecimiento. Eso dedujo el Ojo, pues entre ellos no hablaban en inglés. Así que salieron de aquella casa y caminaron por calles estrechas e infectas hasta llegar a una casa cuya fachada era pequeña pero cuyo interior era un laberinto de pasillos, habitaciones minúsculas y sombras de las que sobresalía, de tanto en tanto, un altar o un oratorio. Es costumbre en algunas partes de la India, me dijo el Ojo mirando el suelo, ofrecer un niño a una deidad cuyo nombre no recuerdo. En un arranque desafortunado le hice notar que no sólo no recordaba el nombre de la deidad sino que tampoco el nombre de la ciudad ni el de ninguna persona de su historia. El Ojo me miró y sonrió. Trato de olvidar, dijo. En ese momento me temí lo peor, me senté a su lado y durante un rato ambos permanecimos con los cuellos de nuestros abrigos levantados y en silencio. Ofrecen un niño a ese dios, retomó su historia tras escrutar la plaza en penumbras, como si temiera la cercanía de un desconocido, y durante un tiempo que no sé mensurar el niño encarna al dios. Puede ser una semana, lo que dure la procesión, un mes, un año, no lo sé. Se trata de una fiesta bárbara, prohibida por las leyes de la república india, pero que se sigue celebrando. Durante el transcurso de la fiesta el niño es colmado de regalos que sus padres reciben con gratitud y felicidad, pues suelen ser pobres. Terminada la fiesta el niño es devuelto a su casa, o al agujero inmundo donde vive y todo vuelve a recomenzar al cabo de un año. La fiesta tiene la apariencia de una romería latinoamericana, sólo que tal vez es más alegre, más bulliciosa y probablemente la intensidad de los que participan, de los que se saben participantes, sea mayor. Con una sola diferencia. Al niño, días antes de que empiecen los festejos, lo castran. El dios que se encarna en él durante la celebración exige un cuerpo de hombre -aunque los niños no suelen tener más de siete años- sin la mácula de los atributos masculinos. Así que los padres lo entregan a los médicos de la fiesta o a los barberos de la fiesta o a los sacerdotes de la fiesta y éstos lo emasculan y cuando el niño se ha recuperado de la operación comienza el festejo. Semanas o meses después, cuando todo ha acabado, el niño vuelve a casa, pero ya es un castrado y los padres lo rechazan. Y entonces el niño acaba en un burdel. Los hay de todas clases, dijo el Ojo con un suspiro. A mí, aquella noche, me llevaron al peor de todos. Durante un rato no hablamos. Yo encendí un cigarrillo. Después el Ojo me describió el burdel y parecía que estaba describiendo una iglesia. Patios interiores techados. Galerías abiertas. Celdas en donde gente a la que tú no veías espiaba todos tus movimientos. Le trajeron a un joven castrado que no debía tener más de diez años. Parecía una niña aterrorizada, dijo el Ojo. Aterrorizada y burlona al mismo tiempo. ¿Lo puedes entender? Me hago una idea, dije. Volvimos a enmudecer. Cuando por fin pude hablar otra vez dije que no, que no me hacía ninguna idea. Ni yo, dijo el Ojo. Nadie se puede hacer una idea. Ni la víctima, ni los verdugos, ni los espectadores. Sólo una foto. ¿Le sacaste una foto?, dije. Me pareció que el Ojo era sacudido por un escalofrío. Saqué mi cámara, dijo, y le hice una foto. Sabía que estaba condenándome para toda la eternidad, pero lo hice. Ignoro cuánto rato estuvimos en silencio. Sé que hacía frío pues yo en algún momento me puse a temblar. A mi lado oí sollozar al Ojo un par de veces, pero preferí no mirarlo. Vi los faros de un coche que pasaba por una de las calles laterales de la plaza. A través del follaje vi encenderse una ventana. Después el Ojo siguió hablando. Dijo que el niño le había sonreído y luego se había escabullido mansamente por una de los pasillos de aquella casa incomprensible. En algún momento uno de los chulos le sugirió que si allí no había nada de su agrado se marcharan. El Ojo se negó. No podía irse. Se lo dijo así: no puedo irme todavía. Y era verdad, aunque él desconocía qué era aquello que le impedía abandonar aquel antro para siempre. El chulo, sin embargo, lo entendió y pidieron té o un brebaje parecido. El Ojo recuerda que se sentaron en el suelo, sobre unas esteras o sobre unas alfombrillas estropeadas por el uso. La luz provenía de un par de velas. Sobre la pared colgaba un póster con la efigie del dios. Durante un rato el Ojo miró al dios y al principio se sintió atemorizado, pero luego sintió algo parecido a la rabia, tal vez al odio. Yo nunca he odiado a nadie, dijo mientras encendía un cigarrillo y dejaba que la primera bocanada se perdiera en la noche berlinesa. En algún momento, mientras el Ojo miraba la efigie del dios, aquellos que lo acompañaban desaparecieron. Se quedó solo con una especie de puto de unos veinte años que hablaba inglés. Y luego, tras unas palmadas, reapareció el niño. Yo estaba llorando, o yo creía que estaba llorando, o el pobre puto creía que yo estaba llorando, pero nada era verdad. Yo intentaba mantener una sonrisa en la cara (una cara que ya no me pertenecía, una cara que se estaba alejando de mí como una hoja arrastrada por el viento), pero en mi interior lo único que hacía era maquinar. No un plan, no una forma vaga de justicia, sino una voluntad. Y después el Ojo y el puto y el niño se levantaron y recorrieron un pasillo mal iluminado y otro pasillo peor iluminado (con el niño a un lado del Ojo, mirándolo, sonriéndole, y el joven puto también le sonreía, y el Ojo asentía y prodigaba ciegamente las monedas y los billetes) hasta llegar a una habitación en donde dormitaba el médico y junto a él otro niño con la piel aún más oscura que la del niño castrado y menor que éste, tal vez seis años o siete, y el Ojo escuchó las explicaciones del médico o del barbero o del sacerdote, unas explicaciones prolijas en donde se mencionaba la tradición, las fiestas populares, el privilegio, la comunión, la embriaguez y la santidad, y pudo ver los instrumentos quirúrgicos con que el niño iba a ser castrado aquella madrugada o la siguiente, en cualquier caso el niño había llegado, pudo entender, aquel mismo día al templo o al burdel, una medida preventiva, una medida higiénica, y había comido bien, como si ya encarnara al dios, aunque lo que el Ojo vio fue un niño que lloraba medio dormido y medio despierto, y también vio la mirada medio divertida y medio aterrorizada del niño castrado que no se despegaba de su lado. Y entonces el Ojo se convirtió en otra cosa, aunque la palabra que él empleó no fue "otra cosa" sino "madre". Dijo madre y suspiró. Por fin. Madre. Lo que sucedió a continuación de tan repetido es vulgar: la violencia de la que no podemos escapar. El destino de los latinoamericanos nacidos en la década de los cincuenta. Por supuesto, el Ojo intentó sin gran convicción el diálogo, el soborno, la amenaza. Lo único cierto es que hubo violencia y poco después dejó atrás las calles de aquel barrio como si estuviera soñando y transpirando a mares. Recuerda con viveza la sensación de exaltación que creció en su espíritu, cada vez mayor, una alegría que se parecía peligrosamente a algo similar a la lucidez, pero que no era (no podía ser) lucidez. También: la sombra que proyectaba su cuerpo y las sombras de los dos niños que llevaba de la mano sobre los muros descascarados. En cualquier otra parte hubiera concitado la atención. Allí, a aquella hora, nadie se fijó en él. El resto, más que una historia o un argumento, es un itinerario. El Ojo volvió al hotel, metió sus cosas en la maleta y se marchó con los niños. Primero en un taxi hasta una aldea o un barrio de las afueras. Desde allí en un autobús hasta otra aldea en donde cogieron otro autobús que los llevó a otra aldea. En algún punto de su fuga se subieron a un tren y viajaron toda la noche y parte del día. El Ojo recordaba el rostro de los niños mirando por la ventana un paisaje que la luz de la mañana iba deshilachando, como si nunca nada hubiera sido real salvo aquello que se ofrecía, soberano y humilde, en el marco de la ventana de aquel tren misterioso. Después cogieron otro autobús, y un taxi, y otro autobús, y otro tren, y hasta hicimos dedo, dijo el Ojo mirando la silueta de los árboles berlineses pero en realidad mirando la silueta de otros árboles, innombrables, imposibles, hasta que finalmente se detuvieron en una aldea en alguna parte de la India y alquilaron una casa y descansaron. Al cabo de dos meses el Ojo ya no tenía dinero y fue caminando hasta otra aldea desde donde envió una carta al amigo que entonces tenía en París. Al cabo de quince días recibió un giro bancario y tuvo que ir a cobrarlo a un pueblo más grande, que no era la aldea desde la que había mandado la carta ni mucho menos la aldea en donde vivía. Los niños estaban bien. Jugaban con otros niños, no iban a la escuela y a veces llegaban a casa con comida, hortalizas que los vecinos les regalaban. A él no lo llamaban padre, como les había sugerido más que nada como una medida de seguridad, para no atraer la atención de los curiosos, sino Ojo, tal como le llamábamos nosotros. Ante los aldeanos, sin embargo, el Ojo decía que eran sus hijos. Se inventó que la madre, india, había muerto hacía poco y él no quería volver a Europa. La historia sonaba verídica. En sus pesadillas, no obstante, el Ojo soñaba que en mitad de la noche aparecía la policía india y lo detenían con acusaciones indignas. Solía despertar temblando. Entonces se acercaba a las esterillas en donde dormían los niños y la visión de éstos le daba fuerzas para seguir, para dormir, para levantarse. Se hizo agricultor. Cultivaba un pequeño huerto y en ocasiones trabajaba para los campesinos ricos de la aldea. Los campesinos ricos, por supuesto, en realidad eran pobres, pero menos pobres que los demás. El resto del tiempo lo dedicaba a enseñar inglés a los niños, y algo de matemáticas, y a verlos jugar. Entre ellos hablaban en un idioma incomprensible. A veces los veía detener los juegos y caminar por el campo como si de pronto se hubieran vuelto sonámbulos. Los llamaba a gritos. A veces los niños fingían no oírlo y seguían caminando hasta perderse. Otras veces volvían la cabeza y le sonreían. ¿Cuánto tiempo estuviste en la India?, le pregunté alarmado. Un año y medio, dijo el Ojo, aunque a ciencia cierta no lo sabía. En una ocasión su amigo de París llegó a la aldea. Todavía me quería, dijo el Ojo, aunque en mi ausencia se había puesto a vivir con un mecánico argelino de la Renault. Se rió después de decirlo. Yo también me reí. Todo era tan triste, dijo el Ojo. Su amigo que llegaba a la aldea a bordo de un taxi cubierto de polvo rojizo, los niños corriendo detrás de un insecto, en medio de unos matorrales secos, el viento que parecía traer buenas y malas noticias. Pese a los ruegos del francés no volvió a París. Meses después recibió una carta de éste en donde le comunicaba que la policía india no lo perseguía. Al parecer la gente del burdel no había interpuesto denuncia alguna. La noticia no impidió que el Ojo siguiera sufriendo pesadillas, sólo cambió la vestimenta de los personajes que lo detenían y lo zaherían: en lugar de ser policías se convirtieron en esbirros de la secta del dios castrado. El resultado final era aún más horroroso, me confesó el Ojo, pero yo ya me había acostumbrado a las pesadillas y de alguna forma siempre supe que estaba en el interior de un sueño, que eso no era la realidad. Después llegó la enfermedad a la aldea y los niños murieron. Yo también quería morirme, dijo el Ojo, pero no tuve esa suerte. Tras convalecer en una cabaña que la lluvia iba destrozando cada día, el Ojo abandonó la aldea y volvió a la ciudad en donde había conocido a sus hijos. Con atenuada sorpresa descubrió que no estaba tan distante como pensaba, la huida había sido en espiral y el regreso fue relativamente breve. Una tarde, la tarde en que llegó a la ciudad, fue a visitar el burdel en donde castraban a los niños. Sus habitaciones se habían convertido en viviendas en donde se hacinaban familias enteras. Por los pasillos que recordaba solitarios y fúnebres ahora pululaban niños que apenas sabían andar y viejos que ya no podían moverse y se arrastraban. Le pareció una imagen del paraíso. Aquella noche, cuando volvió a su hotel, sin poder dejar de llorar por sus hijos muertos, por los niños castrados que él no había conocido, por su juventud perdida, por todos los jóvenes que ya no eran jóvenes y por los jóvenes que murieron jóvenes, por los que lucharon por Salvador Allende y por los que tuvieron miedo de luchar por Salvador Allende, llamó a su amigo francés, que ahora vivía con un antiguo levantador de pesas búlgaro, y le pidió que le enviara un billete de avión y algo de dinero para pagar el hotel. Y su amigo francés le dijo que sí, que por supuesto, que lo haría de inmediato, y también le dijo ¿qué es ese ruido?, ¿estás llorando?, y el Ojo dijo que sí, que no podía dejar de llorar, que no sabía qué le pasaba, que llevaba horas llorando. Y su amigo francés le dijo que se calmara. Y el Ojo se rió sin dejar de llorar y dijo que eso haría y colgó el teléfono. Y luego siguió llorando sin parar. -

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miércoles, 11 de julio de 2007

NO OLVIDAR A SREBRENICA

Se cumple el duodécimo aniversario del "genocidio" de Srebrenica
El Mercurio Digital
Hoy se cumple el duodécimo aniversario del "genocidio" de Srebrenica, en el que fueron asesinadas 8.000 personas. Miles de musulmanes bosnios han rendido homenaje a las 465 víctimas identificadas recientemente que han sido enterradas en el cementerio de Potocari. Un acto vivido bajo miradas solemnes, como la de Haris Silajdzic, Primer Ministro en el momento de la tragedia.En julio de 1995, durante la guerra en Bosnia, Srebrenica fue tomada por fuerzas serbo-bosnias. Unos ocho mil varones musulmanes fueron ejecutados por los hombres dirigidos por el presidente Ratko Mladic y el General Radovan Karadzic, ambos inculpados de Genociodo por el Tribunal Penal Internacional y aún prófugos.
Doce años después: que nadie olvide Srebrenica
POTOCARI



Más de 30.000 personas se reunieron hoy en el pueblo bosnio de Potocari, cerca de Srebrenica, para conmemorar el duodécimo aniversario de la masacre en el antiguo enclave bosniomusulmán.Pese a las nubes y la lluvia ocasional, los participantes acudieron al cementerio de Potocari para dar sepultura a 465 víctimas de la masacre cuyos restos fueron exhumados e identificados el año pasado. Con ellos asciende a casi 3.100 el número de víctimas enterradas en ese campo santo. “Estamos aquí para rendir nuestro respeto a estas víctimas y a todas las víctimas de todas las atrocidades que ocurrieron en Bosnia Herzegovina”, dijo Haris Silajzic, miembro musulmán de la presidencia tripartita de Bosnia-Herzegovina. El alcalde de Srebrenica, Abduahman Malkic, manifestó sus esperanzas de que los responsables de la masacre sean juzgados por la Justicia y subrayó que lo ocurrido allí jamás debe ser olvidado.Tras la toma de control de Srebrenica, el 11 de julio de 1995, las tropas serbobosnias mataron a unos 8.000 bosniomusulmanes en uno de los episodios más sangrientos de la guerra de Bosnia (1992-1995). “Srebrenica simboliza un genocidio ocurrido en el corazón de Europa”, dijo Malkic. Numerosos funcionarios y políticos de alto nivel se congregaron en el cementerio de Potocari, entre ellos la fiscal jefe del Tribunal Penal para la antigua Yugoslavia, Carla del Ponte, y el alto representante de la comunidad internacional para Bosnia, el diplomático Miroslav Lajcak.Del Ponte volvió a exigir la detención de los dos principales responsables de la masacre: el general serbobosnio Ratko Mladic y su líder político Radovan Karadzic, ambos fugitivos desde hace años.


GENOCIDIO


En febrero, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) calificó a esta masacre de "genocidio". Esto condujo a los dirigentes musulmanes bosnios y a los supervivientes a exigir un estatuto especial para Srebrenica y su salida de la Republika Srpska (RS, entidad serbia de Bosnia).En conformidad con el acuerdo de paz de Dayton (Estados Unidos), que puso fin al conflicto intercomunitario (1992-1995) y consagró la partición del país en dos entidades --la Federación croato-musulmana y la RS-- Srebrenica fue atribuida a la RS.Los musulmanes afirman que Srebrenica no debe formar parte de la RS porque esta masacre fue perpetrada por las fuerzas serbias de Bosnia, pero su iniciativa fue criticada por la comunidad internacional y rechazada enérgicamente por el gobierno serbio bosnio.Unos 8.000 musulmanes fueron asesinados en pocos días en la masacre de Srebrenica, la peor matanza de una población civil en Europa después de la Segunda Guerra Mundial.El 11 de julio de 1993, este enclave musulmán, decretado "zona de seguridad" por la ONU en abril de 1993, cayó en poder de las fuerzas serbo-bosnias.Hasta la fecha, más de 2.400 personas, desenterradas después del fin de la guerra en unos 60 osarios, fueron sepultadas en Ptocari, mientras que se identificaron en total los restos de unas 3.195 víctimas.Además de los esqueletos reconstituidos total o parcialmente, unas 5.000 bolsas con los huesos de unas 1.000 víctimas almacenados en una morgue especial deben pasar por un prolongado proceso de identificación.Radovan Karadzic y Ratko Mladic, los ex jefes político y militar de los serbios de Bosnia, considerados como los organizadores de la masacre de Srebrenica, se encuentran prófugos de la justicia desde que fueron inculpados de genocidio por el TPI en 1995.TRBICEl ex capitán serbobosnio Milorad Trbic fue trasladado a la ciudad de Sarajevo, para ser juzgado por genocidio y crímenes de guerra, desde el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPIY), donde permanece bajo custodia desde que se entregó en 2005.Trbic deberá responder por los cargos de genocidio, conspiración para cometer genocidio, exterminación, asesinato, persecución y traslado forzoso de civiles en el área de Srebrenica de julio a noviembre de 1995, informó un comunicado del tribunal con sede en La Haya.El 11 de julio de 1995 las tropas serbobosnias tomaron Srebrenica, al este de Bosnia, y en los días posteriores acabaron con la vida de alrededor de 7.500 personas, prácticamente todos hombres musulmanes, en la mayor matanza ocurrida en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.La acusación alega que Trbic acordó con un grupo de militares, incluidos los generales Zdravko Tolimir, Radislav Krstic, Milenko Zivanovic y Ratko Mladic (los dos últimos aún prófugos), asesinar a todos los varones bosnio-musulmanes sanos capturados tras la caída de Srebrenica, y después acabar con el resto de la población de esta etnia.Además, se le acusa de haber participado, junto a la policía y el Ejército serbobosnio, en las exhumaciones de los cuerpos desde fosas comunes a otras secundarias, con el fin de ocultar las ejecuciones.Tras entregarse ante el TPIY en abril de 2005, Trbic se declaró inocente de todos los cargos en el contexto de la guerra de Bosnia (1992-1995).Este es el décimo acusado en el TPIY que es trasladado a Bosnia Herzegovina para ser juzgado.La estrategia del Tribunal de La Haya es hacer este tipo de transferencias en los casos que implican a acusados de perfil medio o bajo, para así centrarse en los criminales más importantes.


MUSULMANES


Unas 5.000 personas, en su mayoría musulmanes de Srebrenica y los alrededores, se ma


nifestaron hoy en el centro de Sarajevo para exigir que se conceda un estatus especial a esa ciudad y se la separe del ente serbio de Bosnia.Abdurahman Malkic, alcalde musulmán de Srebrenica, declaró en la protesta que los musulmanes 'ya no quieren vivir en la entidad creada por el genocidio'.También advirtió de que si las autoridades centrales bosnias y la comunidad internacional no aceptan su petición hasta el 11 de julio próximo, proclamarán unilateralmente su separación de la República Serbia (de Bosnia).En julio de 1995 unos 8.000 varones musulmanes de Srebrenica fueron asesinados después de que las tropas serbobosnias conquistaran ese enclave protegido por la ONU.La Corte Internacional de Justicia (CIJ), con sede en La Haya, concluyó en febrero pasado en un proceso que se cometió entonces un genocidio en Srebrenica.Las autoridades serbobosnias rechazaron ya anteriormente la posibilidad de un estatuto especial para Srebrenica y su separación del ente serbio, que junto con el común de musulmanes y croatas y el distrito neutro de Brcko forma Bosnia.El primer ministro serbobosnio, Milorad Dodik, acusó al musulmán Haris Silajdzic, miembro de la presidencia tripartita bosnia, de manipular la desgracia de Srebrenica y de estar detrás de las exigencias sobre el estatuto especial.
Last Updated ( Wednesday, 11 July 2007 )

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miércoles, 4 de julio de 2007

NIÑOS MIGRANTES: OTRO INFORTUNIO DE LA POBREZA

Viaje roto
La odisea de los niños migrantes

Ignacio Alvarado Álvarez en @juarez

Nuevo Laredo, Tamps.--El día que Efraín García llegó a Nuevo Laredo procedente del rancho familiar, en Jarácuaro, Michoacán, la policía y los medios de información estaban absortos con el hallazgo de dos narcotraficantes ejecutados las horas previas tras una larga sesión de tortura. El niño de 14 años no fue noticia cuando lo deportaron. Sin embargo, él es un ejemplo vivo de un fenómeno desestimado que encamina al país hacia un escenario mucho más trágico que las víctimas de los sicarios: el éxodo de menores mexicanos hacia Estados Unidos.
“La cantidad de niños que cruzan la frontera es verdaderamente enorme”, dice Candelaria Espinoza Argüello, la coordinadora local del Albergue para Menores en Situaciones Extremadamente Difíciles. “En mes y medio hemos atendido a 150 que han cruzado estrictamente por cuestiones de afecto, para reunirse con sus padres. Pero la cifra total de menores repatriados aumenta considerablemente si sumamos a los que se van obligados por la necesidad”.
El albergue que maneja Espinoza atendió durante el 2004 a cerca de 900 menores que fueron devueltos a México después de ser capturados por autoridades norteamericanas. Se trata de una mínima parte del total. La funcionaria estima que por cada 10 menores que cruzan, menos de tres son repatriados. La causa fundamental del éxito alcanzado después del cruce, es una: sus padres o hermanos mayores los esperan para protegerlos, con miras a legalizar su estancia a la vuelta de unos cuantos años.
En el rancho donde vive Efraín, llamado El Sauz, el viaje se planeó meticulosamente. Paulino García, su padre, llegó desde noviembre para terminar el año acompañado de su mujer y sus seis hijos. Fue en esas semanas, según contó Efraín, que acordaron el viaje sin documentos.
Es la misma travesía que realizó Paulino hace 25 años, cuando contaba más o menos con la misma edad de su hijo mayor. Y la apuesta le salió bien: desde hace 15 años obtuvo su pasaporte de residencia y estableció su hogar, o una parte de él, en Pleno, Texas, donde vive de instalar loseta en casas y comercios. La idea entonces era que su hijo le siguiera unos días después de que partió hacia ese pequeño pueblo cercano a San Antonio, y para ello le envió, a principios de enero, 500 dólares para el viaje.
Para diciembre Efraín decidió no regresar a la escuela. Terminó el primer grado de secundaria y dice que no tuvo motivación para continuar. Así que estaba listo para irse.
“Después de la escuela ya no había mucho qué hacer: en el rancho tenemos una hectárea para sembrar maíz, pero las cosas no están muy bien. Yo mejor quise cruzarme para trabajar en la yarda [jardines]”, dice. Él está sentado en un viejo pupitre, a mitad de una gran sala de juntas en el albergue, en donde hay unos 20 menores en su misma situación. Afuera lo espera su padre, quien fue llamado para que lo lleve de nueva cuenta al rancho. Es sólo una formalidad: ambos lo intentaran otra vez.
Éxodo y desafío
No hay estadísticas confiables que digan cuántos menores como Efraín cruzan cada año hacia los Estados Unidos. Pero en los registros de los albergues esparcidos por la frontera mexicana, los datos son alarmantes: unos 500 mil niños fueron devueltos en el 2004, y eso da una idea del enorme desafío que enfrenta el país.
“¿Cuáles son las repercusiones de este éxodo? Creo que la respuesta es sencilla: si analizamos lo que se nos está yendo por la frontera norte y vemos lo que nos llega por la frontera sur, encontramos que en el mediano y largo plazo tendremos con toda seguridad un problema grave”, dice Jeffrey Jones, que presidió en México la Comisión de Asuntos Fronterizos del Senado de la República. “En este país nadie ha medido las consecuencias de la inmigración”.
Es probable que así sea. Hace años que el gobierno mexicano decidió apostar una parte de su futuro a las remesas de los inmigrantes. Pero eso puede revertirse en un tiempo relativamente corto, cuando los jóvenes como Efraín hayan cruzado en su mayoría para reunirse con sus padres o familiares cercanos, y sus abuelos hayan muerto.
Los varones no son los únicos en huir. En proporción cada vez mayor, las adolescentes y niñas han tomado la misma decisión. Muchas de ellas son recién casadas o novias con promesas de matrimonio, y muchas otras se aventuran con embarazos de más de tres meses, y con ellas se va la garantía de sobrevivencia de cientos de pueblos y rancherías.
“La migración ha tocado a las mujeres desde hace un tiempo, y son muchísimas las que se van”, dice Leticia López Manzano, quien dirige el albergue del YMCA en Ciudad Juárez. “Ellas llegan y cruzan, eso es un hecho que no puede evadirse. Pero ahora nos encontramos que esas muchachitas de entre 14 y 15 años, vienen embarazadas”.
Tan sólo en febrero, al albergue de López llegaron siete menores con embarazos de más de cuatro meses. Unas lo hicieron con sus parejas, también adolescentes. Provenían de Hidalgo, Durango, Guanajuato y Zacatecas. La intención de todas era que sus hijos obtuvieran la nacionalidad estadounidense por decreto, para eliminarles desde ahora el doloroso camino que supone emigrar sin documentos.
“Si la gente tuviera una mejor forma de vida, con mejores y mayores empleos, la situación no sería tan dramática. Este es un verdadero problema, difícil de eliminar. En muchos sentidos la migración es también por cultura, nace desde los abuelos. Y lo que se hace es darle una mejoradita a todo este fenómeno, así que pase lo que pase, ellos lo intentarán de nuevo”, dice López.
La directora del albergue del YMCA libra una lucha desigual ante ese fenómeno. La capacidad que tiene para atender a los menores repatriados es escasa, o menos que eso. En un año la infraestructura le permite atender a menos de 500 menores. Y está sola, pues los albergues que operaba el DIF municipal para atender a esta misma población, fueron clausurados a finales de 2004.


Infraestructura ridícula
Lo que se tiene ahora es una infraestructura ridícula, dicen algunos. De enero de 2001 a diciembre de 2004, el Instituto Nacional de Migración recibió en esa jurisdicción a 347 mil 53 menores en calidad de repatriados. De ellos, la inmensa mayoría quedó a la deriva. Tan sólo el año pasado, de los 80 mil 424 menores que les fueron devueltos por Estados Unidos a través de las fronteras de Chihuahua, sólo se tiene certeza de que 425 fueron en realidad atendidos como lo establece la ley.

“Las repercusiones sociales de todo esto las padecemos no solamente en Juárez, sino en el resto de la frontera”, dice López. “Ahí están como ejemplo el rezago de vivienda, los trastornos de salud, el consumo de droga, la violencia y el narcotráfico. No se tuvo una visión de esto, y nadie midió el fenómeno”.

Si en Ciudad Juárez el problema es grave, en Tijuana es peor. Surgidos del mismo estado que Efraín García, más de 500 niños han sido devueltos por la frontera de Tijuana en los pasados 12 meses. Es un flujo del que las autoridades apenas han tomado conciencia. O al menos así lo parece.

Hace un mes el Sistema Estatal para el Desarrollo Integral de la Familia anunció en Baja California que daría seguimiento a los casos de menores salidos de Michoacán, con el propósito de conocer “la situación tal cual es”, dijo Carmen Escobedo Pérez, la titular de esa dependencia.

Lo que ocurre, sin embargo, no tiene mayor ciencia. Michoacán es un estado sin grandes ciudades ni sectores industriales que permitan sostener el nivel económico de sus pobladores. Una gran parte de su territorio está consagrado a cultivos menores de maíz, frijol, cebada y trigo, y en su condición de región expulsora, el atractivo mayor para los adolescentes ha sido emigrar apenas tienen la posibilidad de hacerlo.

Son ellos, dijo alguna vez Rafael Melgoza Radillo, cuando ocupaba un cargo como senador del PRD por ese estado, los que han provocado un aumento en las organizaciones de polleros y elevado también el número de casos de abusos y violaciones a lo largo de la franja fronteriza.

“Las ciudades fronterizas se han convertido en importantes bases de operaciones de traficantes de seres humanos y centros de prostitución, drogadicción y alcoholismo, donde los menores migrantes son especialmente vulnerables”, dijo en noviembre de 2004, cuando presentó una iniciativa con proyecto de decreto para reformar la Ley general de población, con el propósito de atender mejor a los niños repatriados.

En el Congreso se tienen datos preciso de lo que ocurre. El 90 por ciento de los menores que emigran, tienen entre 15 y 17 años. 89 por ciento de ellos son varones y del total, 84 por ciento proviene de zonas rurales y semirurales. Es decir, menores como Efraín García. Pero falta una conciencia mayor y más aplicada para comprender el fenómeno, dice el ex senador Jones.

“Tenemos una clase política irresponsable que por un lado exige mucho en materia de derechos y por el otro no hace absolutamente nada en mejorar las condiciones que el país necesita para avanzar”.

Como presidente de la Comisión de Asuntos Fronterizos del Senado Jones visitó muchas veces un pueblo llamado La Quemada, en el municipio de Cuauhtémoc, en Chihuahua. Y ahí dice haber advertido la gran falla del sistema mexicano en su conjunto.

“Estuve en una reunión con todo el pueblo y uno nota a los niños por un lado y a los viejos por el otro, pero a la clase productiva no. La población media no está ahí: está en Estados Unidos. Y sí, es verdad, ahorita envían dinero a todos esos niños para que terminen la escuela y también envían dinero a los viejos, y lo harán hasta que mueran. Pero si esta tendencia se mantiene, La Quemada no va a existir dentro de poco y esto, aplicado a todo el país, no hace sino advertir una tragedia”, explica.

El mismo día que Efraín García abandonó el albergue en Nuevo Laredo, el 14 de febrero, otros 20 niños comían para festejar el Día de San Valentín. Ninguno estaba triste, a pesar de que se les había deportado la víspera.

A Francisco Hernández, por ejemplo, le daba lo mismo la pérdida de 3 mil 500 pesos el día anterior. Fue lo que pagó para cruzar en una cámara de tractor por las turbias aguas del río Bravo, crecidas por las lluvias recientes. Junto con dos amigos que conoció en su viaje desde Jalpan, su tierra natal en Querétaro, fue sorprendido por agentes de la Patrulla Fronteriza mientras viajaba a bordo de una camioneta blanca con rumbo a la Florida.
“Ni modo”, dice. “Ahora hay que juntar más dinero y volver”.
Hernández se graduó de secundaria el año pasado. En Jalpan vivía con sus padres. La alternativa era quedarse para auxiliar a su padre en labores del campo, así que mejor escuchó la voz de su hermano mayor, de 26 años, que reside desde 1998 en Arcadia. Allá iría a trabajar en la construcción.
Este nuevo perfil de migrante es novedoso. Igual que García y Hernández, en el YMCA de Ciudad Juárez de 64 menores repatriados en febrero, 63 habían terminado primaria o secundaria.
“Son menores que emigran bajo condiciones muy distintas a las que tuvieron sus padres o abuelos”, dice Leticia López Manzano. “No son analfabetas, pero el gran vacío lo encuentran al terminar la secundaria o la primaria, y ven que no existen maneras de continuar sus estudios y tampoco de trabajar en algo que les permita vivir con dignidad. La única opción es emigrar”. (Publicado originalmente en marzo de 2005)

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lunes, 2 de julio de 2007

JUÁREZ: ¿la justicia para cuando?

Feminicidio, víctimas y delitos
Las chicanadas de la PGR
Servando Pineda Jaimes en Nuestras hijas de regreso a casa

Con el sigilo propio de una caja negra, más que de la caja de cristal que se pregona en los tiempos de transparencia, la Procuraduría General de la República (PGR) se encuentra a un paso de torcer la ley en el proceso que en breve iniciará, de compensar económicamente a las familias víctimas del feminicidio en Ciudad Juárez, por el daño sufrido al haberles asesinado a una de sus integrantes.

Nada tendría que objetarse a tan noble acción, a no ser por la forma en que pretende hacerlo la PGR, que ha optado por hacer caso omiso a las disposiciones marcadas por la ley, para imponer sus propios criterios, tratar de darle carpetazo al asunto lo antes posible y así acallar las críticas internacionales en torno al tema del feminicidio en Ciudad Juárez, lo que amenaza con provocar un enfrentamiento con el Congreso de la Unión, que a este respecto difiere totalmente de la dependencia federal, lo cual podría entrampar la entrega de dinero a las familias de las víctimas.

El punto de divergencia radica en la forma de visualizar la solución al problema: Mientras para la PGR todo se reduce a la entrega de una cantidad determinada de dinero por cada mujer asesinada, el Congreso de la Unión quiere ir más allá y exige que el Estado mexicano asuma y reconozca su responsabilidad no sólo histórica y política, sino jurídica en torno a este caso. Dicho de otra manera, para la PGR los asesinados de mujeres en Ciudad Juárez se traducen en pesos y centavos, mientras que para los y las legisladoras, se trata de ir más allá, no sólo encontrar a los asesinos, sino castigar –al nivel que sea- a quien desde una responsabilidad pública no cumplió con su cometido para garantizar un principio elemental de los derechos humanos: el derecho a la vida.

Antecedentes

Los ejemplos respecto a la forma en que la PGR ha intentado retrasar la solución a este problema son variados. Por ejemplo, con fecha 20 de noviembre de 2004, la Cámara de Diputados contempló que para el Presupuesto de Egresos de la Federación correspondiente a 2005, se debían entregar 31 millones de pesos a la PGR para que esta dependencia creara un “Fideicomiso para la reparación del daño a familiares de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez”, que finalmente quedaría integrado por la aportación de varias fuentes: 25 millones del Gobierno Federal y 5 millones más del estatal para hacer un gran total de 61 millones de pesos.

Sin embargo la PGR, lejos de acatar la disposición de crear un fideicomiso para la reparación del daño como se le ordena en el Presupuesto de Egresos aprobado por el Congreso de la Unión, decidió crear un “Fondo de auxilio económico a familiares de las víctimas de homicidios de mujeres”, con un Consejo Asesor de vigilancia, el cual fue fundamentado con base al acuerdo número A/131/05 del Procurador General de la República, publicado en el Diario Oficial de la Federación el 31 de mayo de 2005. Esto es algo muy distinto, porque una cosa es reparar el daño y otra simplemente dar un auxilio económico a familiares de las víctimas.

No conforme con esto, la PGR decidió olvidar que como institución pública, sólo puede hacer lo que la ley le permite, a diferencia de los particulares a quienes todo lo que no se les prohíbe, se les está permitido. Así que no sólo no creó el Fideicomiso de reparación del daño, sino que decidió conformar su consejo asesor de una manera muy peculiar, al integrar a la estructura de este organismo únicamente a la burocracia de la propia dependencia, y dejar fuera a dos actores importantes en esta problemática: Los legisladores y legisladoras federales, y a las propias familias de las víctimas.

Es tan burda la estructura de este consejo asesor que está integrado sólo por funcionarios de la PGR: el Subprocurador de Derechos Humanos, Atención a Víctimas y Servicios a la Comunidad, Mario Álvarez Ledesma, quien es su presidente; el subprocurador de Control Regional, Procedimientos Penales y Amparo, Gilberto Higuera Bernal; el subprocurador de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada, José Luis Santiago Vasconcelos; el visitador general, Ángel Buendía Buendía; la oficial mayor, Cecilia Barra y Gómez Ortigoza; el delegado de la PGR en Chihuahua, Rolando Alvarado; el director de Asuntos Jurídicos, Germán Castillo Banuet y la fiscal especial para la Atención de Delitos relacionados con los Homicidios de Mujeres en Juárez, Mireille Rocatti. Forman parte también: Patricia González, procuradora de Chihuahua; Flor Mireya Aguilar Casas, subprocuradora de la zona norte, y Claudia Cony Velarde Carrillo, fiscal especial para la atención de Homicidios de Mujeres en Ciudad Juárez. Todos ellos con voz y voto dentro del consejo asesor.

En calidad de invitado permanente y sólo con derecho a voz, se encuentra el titular del Órgano Interno de Control de la PGR, Marcos Molina Castro, y como simples observadoras, Guadalupe Morfín Otero, Comisionada Especial para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en Ciudad Juárez, los y las integrantes de la Cámara de Diputados y Senadores, una representante del Congreso de Chihuahua y otro más de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Estos ven, anotan, proponen y discuten, pero como no votan, pues tampoco les hacen mucho caso, como quedó demostrado cuando se votó la forma en que se entregarían los recursos a las familias, donde ninguna de las observaciones hechas por las diputadas fue tomada en cuenta.

Dada la conformación de este singular equipo, que por supuesto en ningún momento consideró integrar a los propios familiares para conocer de cerca sus necesidades y problemas derivados de la tragedia, éste decidió que el Fondo debería ser constituido en una primera instancia sólo por 30 millones de pesos de pesos y excluyó los 31 millones de pesos del Congreso federal, y sólo los contempló hasta el 1º. de julio, pese a que contaba con ellos desde el primer día de enero de este año. ¿Por qué lo hizo? Únicamente la PGR lo puede explicar.

Una vez conocida la cantidad de dinero que se disponía para entregar a los familiares de las víctimas, la PGR procedió a emitir el 27 de junio de este año, “los lineamientos generales a los que habrá de sujetarse la administración, aplicación y entrega de los recursos del Fondo de Auxilio Económico”, los cuales se basan en criterios fundamentalmente monetarios. Por ejemplo, el orden de prelación de los beneficiarios para recibir la ayuda económica será de acuerdo al artículo 1602, fracción 1 del Código Civil Federal que dice: “tienen derecho a heredar por sucesión legítima: 1.- los descendientes, cónyuges, ascendientes, parientes colaterales dentro del cuarto grado y la concubina o el concubinario, […]”

Sobre la cobertura, la PGR sólo considerará los homicidios cometidos a partir de 1993 y hasta que exista disponibilidad de recursos en el Fondo. Incluye los homicidios tanto de competencia federal como del fuero común, independientemente de la etapa en que se encuentren los procesos.

Respecto al marco normativo que amparará la acción, la PGR considera en primer lugar a la legislación federal, luego la estatal y finalmente a la internacional relativa a los derechos humanos, aplicando –dice- los principios generales de legalidad, equidad, justicia social, solidaridad y transparencia.

La PGR estableció que sólo procederá el auxilio económico cuando el homicidio se haya cometido dolosamente, presente características que impliquen daño físico o mental, dolor, sufrimiento y la angustia grave o bien hubieran sido producto de la violencia social o intrafamiliar vinculada a razones de género. Quedan fuera los homicidios culposos, los cometidos en riñas o por familiares con derecho a heredar o aquellos cuyo móvil haya sido patrimonial.

En este sentido, para poder determinar la cantidad que recibirán los familiares de las víctimas, se toman como base disposiciones del Código Civil Federal y de la Ley Federal del Trabajo. Esta ecuación diferencia la cantidad que recibirán los familiares de las víctimas de homicidios dolosos y los culposos y hace énfasis en aquellos casos cuyo móvil fue de índole sexual. En los homicidios dolosos, la PGR contabiliza 196 casos, mientras que los culposos 113 y deja fuera 54 casos, para hacer un total de 363 casos reconocidos oficialmente.

La disputa

Hasta aquí parecería que todo va bien, salvo que gran parte de este esquema representa serias irregularidades que lejos de ayudar a las familias de las víctimas, lo que hace es evadir responsabilidades y tratar de lavar la cara del Estado mexicano.

Primero, la PGR viola la ley al crear un Fondo de Auxilio Económico, en lugar de un Fideicomiso de Reparación del Daño, como establece el Presupuesto de Egresos, por tanto, no puede disponer de un dinero que no fue autorizado expresamente para lo que ahora la dependencia pretende hacer. El punto central de este enredo jurídico, radica precisamente aquí. ¿Cuál es la diferencia entre dar “un auxilio económico” y “reparar un daño”? Simple, y es por eso que la PGR evade la orden del Congreso. La reparación del daño implica el reconocimiento de la responsabilidad del Estado mexicano por las violaciones graves y sistemáticas a los derechos humanos de las víctimas. El auxilio económico como lo pretende el gobierno mexicano, evade las obligaciones que el Estado tiene para con las víctimas y sus familiares. Los criterios para la reparación del daño se basan en leyes y tratados internacionales de Derechos Humanos, principalmente los establecidos por la Corte Interamericana de Derechos Humanos que han sido signados por nuestro país y que de acuerdo a la Suprema Corte de Justicia de la Nación éstos se encuentran por encima de las leyes federales pero debajo de la Constitución. Esto es, que el orden con que pretende fundamentar jurídicamente la PGR la entrega de ese dinero contraviene las propias leyes mexicanas, ya que pone justamente a las leyes federales por encima de las internacionales. De esta manera y de cuerdo a la legislación vigente, la reparación del daño implica volver las cosas al estado en que se encontraban antes de la violación a estos derechos. Sin embargo, esto es imposible en los casos del feminicidio, donde las principales violaciones tienen que ver con el derecho a la vida, a la libertad, a la integridad personal, el acceso a la justicia, la protección judicial, al derecho a una vida libre de violencia. Como nada de esto es posible ya para las víctimas, el Estado está obligado a otorgar una justa indemnización, pero también a garantizar medidas y acciones tendientes a evitar que este tipo de hechos vuelvan a repetirse. ¿Por qué el Estado? Porque de acuerdo a la legislación internacional signada por nuestro país, se establece claramente que el Estado, a través de su gobierno federal, deberá responder por los actos u omisiones realizados por las entidades que integren la federación. Así de simple. De manera que el presidente Fox -aunque quisiera- no puede evadir su responsabilidad y afirmar, como frecuentemente lo ha hecho, que el problema del feminicidio es un asunto estatal.

La reparación del daño implica no sólo la entrega de dinero a los familiares, sino también exige el derecho a conocer la verdad sobre los hechos que dieron lugar a las violaciones de los derechos humanos, las circunstancias en que ocurrieron, la identidad de las personas que participaron en estos hechos y de quienes aún cuando tenían una responsabilidad de actuar, no lo hicieron por error, omisión o negligencia. Esto es, se requiere crear una Comisión de la Verdad que aclare este tan lamentable suceso de la historia de Chihuahua, para que nunca más vuelva a ocurrir.

Es por eso, por todo lo que significa, que la PGR mañosamente decidió crear una instancia con nombre y objetivos distintos a los señalados por el Congreso. El crear un Fondo y entregarles cierta cantidad de dinero a las familias de las víctimas coloca en una situación de confort a la PGR, quien de esta manera no tendrá que ir más allá para hacer efectiva esa reparación del daño. Hacerlo, significaría reconocer la culpabilidad del Estado mexicano, significaría no sólo un apoyo económico, sino también una reparación a lo que se conoce como el daño al proyecto de vida, que atiende la rehabilitación integral de la persona, mediante toda clase de atenciones: médica, psicológica, jurídica y social.

En síntesis, optar por la reparación del daño, implicaría construir las condiciones mínimas para evitar que estos hechos se sigan reproduciendo, la verificación, el conocimiento pleno de la verdad, la reparación de la dignidad y reputación de las víctimas, a muchas de las cuales se les acusó de todo -de prostitutas, drogadictas, hasta de llevar una vida licenciosa- para responsabilizarlas de su asesinato, incluye también una disculpa y un reconocimiento público de los hechos y de las responsabilidades, implica homenajes y conmemoraciones en honor a las víctimas, implica que el Estado mexicano acepte su responsabilidad por el daño cometido, acepte las recomendaciones de organismos internacionales, incluso el ofrecer una disculpa pública por los actos omisos o negligentes que llevaron a estos niveles de impunidad, el reconocer que bajo las leyes y tratados internacionales es inadmisible la coartada de la prescripción de las responsabilidades públicas en materia de Derechos Humanos y que por tanto, los funcionarios y ex funcionarios que hayan cometido alguna irregularidad o delito deberán ser juzgados por la justicia al margen del tiempo que haya transcurrido. Pero hacerlo, es demasiado para el gobierno mexicano.

Por eso, opta por entregar dinero a los familiares de las víctimas, pensando que así acallará sus gritos. De ahí la importancia de la actitud asumida principalmente por las diputadas y senadoras, quienes se oponen a que la PGR sólo entregue dinero a los familiares –y no de una atención integral a las familias de las víctimas- y evada su responsabilidad histórica.

Las lecciones son claras. El Congreso de la Unión asume por primera vez una actitud digna y visualiza la oportunidad histórica que se tiene para ajustar cuentas con el pasado, pero que tiene responsables de carne y hueso que se pasean campantes en el presente sin que nadie los toque; y del otro lado está el camino de la PGR, que intenta tapar el sol con un dedo, al pensar que ya no escuchará los gritos de justicia a punta de entregar dinero a las familias de las víctimas, aprovechando la necesidad que muchas de ellas tienen y que saben que no rechazarán ninguna cantidad por modesta o grande que sea, pero se olvida que para todas ellas lo más importante es la justicia, y que ninguna cantidad las inmovilizará ir en su búsqueda. Por todo esto la PGR excluye a las propias familias del debate respecto al destino de ese dinero, por eso también excluye a las legisladoras y legisladores, pese a que el Congreso de la Unión es quien aporta más dinero. Todo en lo oscurito. Y lo más grave es que, en un grotesco intento por “tener a la sociedad civil” en ese Fondo de Auxilio Económico, por un lado la PGR se niega a que participen las diferentes organizaciones no gubernamentales que desde hace años luchan y claman por justicia y por el otro, permite que la fantasmagórica y acomodaticia Fundación Lolita de la Vega participe en reuniones y su voz sea escuchada, mientras que a las otras se les ha negado. ¿En calidad de qué y con fundamento en qué participa la señora De la Vega en esas reuniones? Si de verdad la señora De la Vega ama tanto a Ciudad Juárez como pregona un día sí y otro también cada vez que sale a cuadro, no debería prestarse a estos sucios juegos propios del más rancio esquirolismo que pensábamos había ya desaparecido.

Para colmo, de acuerdo a los criterios que pretende emplear la PGR, se puede llegar al absurdo –de acuerdo con las leyes que pretende aplicar- que parte de ese dinero vaya a parar a las manos de algunos padres de las víctimas, que en muchos de los casos dejaron a su esposa sola con toda la carga que estos lamentables hechos suscitan, las abandonaron, no les ayudaron con los gastos de los funerales, no estuvieron cerca de sus parejas para hacerles menos dolorosos esos momentos de angustia y dolor, pero eso sí, hoy estarían a punto de ser indemnizados por la PGR. ¿Eso es equidad?, ¿eso es justicia?

A todo esto, sin duda, es de llamar la atención el silencio de Mireille Rocatti, quien de ser una de las primeras en hacer visible este problema con sus recomendaciones desde la Comisión Nacional de Derechos Humanos en 1998, hoy opte por una actitud sumisa ante el poder del que ahora forma parte, y les dé la espalda a las madres de las víctimas y ahora sólo vea mujeres que se suicidan o las atropellan en Ciudad Juárez.

Mientras, a las madres de las víctimas tal vez les llegue un dinero, pero la justicia, ¿cuándo llegará?

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La correspondencia de Truman Capote

El castigo invisible del propio talento
En “Un placer fugaz” se reúnen las cartas que el gran narrador escribió entre 1936 y 1982, poco antes de su muerte. ¿Cuán fértil deviene la lectura de estos textos, en un autor que basó gran parte de su obra en sus declaraciones públicas? Exhibicionista, verborrágico, chismoso, el desafío sigue siendo seguir las pistas de una “obra completa” que no deja de reproducirse.

Posturas. Generoso en consejos con sus amigos, terminante con quienes alguna vez lo criticaron.

Por Sonia Budassi, para Perfil

Mi vida –como artista, por lo menos– puede ser proyectada en un gráfico con la misma precisión que una fiebre, registrándose altos y bajos, ciclos específicamente definidos”, escribe Truman Capote en el prefacio de Música para camaleones. El libro, publicado en 1980, marcaba los últimos destellos, un punto epigonal y rotundo en su carrera, algo que no parece vislumbrar el seguro narrador. En la pretendida autoconciencia de la que se jacta el autor, no se descubre el proceso que, desde hacía años, trabajaba su decadencia. Desde que publicó el famosísimo y revolucionario A sangre fría en 1966, su obra se dispersó y sus ambiciones de escribir la “gran obra maestra épica” fracasaron. A cada nuevo intento, le sucedía un abandono del proyecto, la incapacidad de darle fin. La reciente edición de su correspondencia, Un placer fugaz, llega como una secuela posible de la supuesta “capotemanía” a la que dio lugar la taquillera película Capote en 2005, fenómeno que se completó con la aparición de Crucero de verano, una novela inédita que el autor escribió a los diecinueve años. Tiempo antes, se había publicado un nuevo volumen de cuentos inéditos en los Estados Unidos. Esta evanescencia derivó en cierta polémica sobre lo publicable y lo no publicable, sobre el deber de respetar o no el deseo del escritor. Pero ante el hecho consumado, el desafío es seguir las pistas para la lectura de una “obra completa” que no deja de reproducirse.

¿Qué se espera de las cartas privadas de un escritor? En general –de Flaubert a Wilde, o las más recientes del argentino Manuel Puig– genera expectativas análogas a la que despierta un diario íntimo: que el autor exponga reflexiones inteligentes, sensibles; que revele algo oculto de su vida privada; que su prosa nos hable de la época en que vivió, y también de los inaprensibles circuitos que mueven el impulso creativo, su propia literatura, su manera de vivirla y pensarla. Pero, por otro lado, ¿es fértil la lectura de las cartas de un autor que basó gran parte de su obra en la declaración pública y en un anecdotario autobiográfico que incluye una entrevista a sí mismo? Capote nunca evitó expresarse en términos que pudieran producir escándalo. En la mencionada entrevista se califica a sí mismo con una frase clásica, que ya funciona como eslogan de su personalidad: “No soy un santo. Soy un alcohólico. Un drogadicto. Un homosexual. Soy un genio”. Enérgico exhibicionista, verborrágico, chismoso, con una asumida vocación de pertenencia a los círculos de la farándula hollywoodense y al más selecto círculo literario, queda preguntarse: ¿hay alguna porción de intimidad, cierta idea artística que se revelen en su correspondencia?

El efecto del innegable intento de canonización por parte de Random House, a partir de la proliferación de títulos post mórtem, pone en evidencia destellos de genialidad pero también los vértices más lúgubres, limitaciones artísticas y humanas que pueden restar brillo a la concepción general de su obra. Crucero de verano, por ejemplo, no llega a alcanzar el nivel de sus novelas conocidas. Y, cuando en 2004 se publica The complete stories of Truman Capote, un crítico escribió en el New York Times Book Review que el título era “impostado”, el volumen “escaso”, y sólo rescató unos pocos cuentos del libro denostando a la mayoría. En el claroscuro, resta pensar la operación editorial, entonces, como una tardía complacencia del sello, que lidió con el “excéntrico” durante toda su carrera. En 1964, Capote tenía dos libros publicados: el que escribió a los 26 años, Otras voces, otros ámbitos y Desayuno en Tiffany’s. Ese año le escribe a su editor de Random House, con respecto a una colección de “clásicos contemporáneos” que estaba por publicar: “Querido Bennet: ¿por qué no han salido mis Selected Writings en la Modern Library? Me prometiste que estarían en la colección, y me parece que el asunto ya se ha retrasado bastante. ¿Te puedes imaginar lo que me fastidia ver que muchos de mis contemporáneos (Mailer, Salinger, Bernard Malamud, etc.) están en la colección, mientras que la editorial ignora a su propio autor? Es injusto, tanto en lo humano como en términos de mérito artístico”.

Cálidos rasguños. Un placer fugaz incluye las cartas enviadas desde 1936, cuando aún era un autor inédito, hasta la última, un telegrama fechado en 1982: un recorrido por datos curiosos, mentiras evidentes y calificativos constantes que giran en torno a su figura. En la relación epistolar se refuerzan aspectos conocidos con respecto a su pareja, su vida de fiesta en fiesta, su breve inserción en el cine, su inconstancia y su obsesión por trabajar un “estilo”.

Nacido en 1924, sus padres se divorcian cuando él es muy pequeño. Su madre volvió a casarse al poco tiempo. Temperamental, a los doce años escribe a Ach Persons, su padre: “Como sabrás, mi apellido ya no es Persons sino Capote, y me gustaría que en el futuro te dirigieras a mí como Truman Capote, ya que todo el mundo me llama así”.

Muy joven toma conciencia de que quiere dedicarse a escribir (Dios te da un don, y junto con él un látigo para autoflagelarte, solía decir), y consigue asilo en la residencia para escritores Yaddo. Las cartas de aquella época muestran la poca ingenuidad de los “deslices” que cometería una y otra vez a lo largo de su vida. En estos años escribe: “Declaro solemnemente que cualquier comentario mío sobre Thomas Flanagan, o cualquier cosa que ya haya afirmado que él ha hecho, tan sólo eran calumnias y mentiras inventadas por mí”. El texto, obviamente, fue escrito por el damnificado, que quiso poner fin a los comentarios malignos de su compañero. Tiempo después, el escritor aún no aprende la lección o prefiere valerse de aquella falta de escrúpulos para llamar la atención de los medios. En 1973, le escribe a Louis Nizen: “Es un placer recibir la carta del admirable señor Nizen, incluso cuando se trata de una reprimenda. Estaba muy bien escrita. Lástima que su cliente, la señorita Susann (¿se escribe así?), no tenga el mismo concepto de lo que es el estilo”. La carta estaba dirigida al abogado de la escritora de best sellers Jaqueline Susann, de quien Capote dijo, en una entrevista televisiva, que se parecía a un “camionero travestido”, luego de que ella, en otro programa, exageró los gestos afeminados del escritor. Mezcla de dulce malicia, confesiones, chismes y fabulación, el rasguño cálido de su prosa, carta por carta, diseña manipulaciones disfrazadas de seducción, agravios gratuitos vividos como travesuras, exigencias extremas bajo el encanto de cariñosos pedidos.

Capote se refiere a sus destinatarios con amorosos términos que rozan una consciente cursilería, hiperbólica y aniñada: “ Mi dulce Magnolia”, “Mi corderito”, “Mi preciosa queridísima”. Como una estereotipada idishe mame, también reprocha la brevedad de las respuestas y, con un lirismo casi sobreactuado, denuncia la ausencia de cartas de otros conocidos. “¿Qué pasa con Bárbara? ¡Es la mujer blanca más despiadada que jamás haya pisado la tierra! ¡Ni una palabra suya! Estoy preocupado por ella, y sabiendo que la quiero es muy cruel de su parte hacerme sufrir así”.

En vacaciones con su pareja de toda la vida, Jack Dunphy, exige que lo tengan al tanto de los estrenos en Broadway pero también de los chismes. Si no estaba cerca de celebridades, sus amigos ricos y el círculo literario neoyeorquino, por lo menos necesitaba enterarse de lo que sucedía. “Querido, hazme el favor de recolectar montones de cotilleos. Por ejemplo: ¿es verdad que Glenway W. se ha partido la crisma? Me lo dijeron en Roma. Por casualidad pude ver las fotos del desnudo de Miss Pittsburg. Cadmus me las enseñó. Nada del otro mundo: del tamaño del dedo meñique.” En su estadía en Taormina en 1950, se entera de que Orson Welles está por filmar una película en aquel país y relata cómo prepara terreno para llegar a ser amigo del también precoz director. Más tarde cuenta que Welles le ofreció un papel para su película.

Comercio afectivo. El escritor que se aleja de Nueva York para escribir aporta sus propios datos a las tragedias ajenas, retroalimentando los rumores y chismes. A veces, como si fuera una anciana experimentada, dice cosas como “yo le dije que no tenía que casarse con ese bruto”. Comparte sus impresiones sobre lo que él mismo escribe, pasando del entusiasmo a la profunda desesperación en pocos días, pero necesita comentar los libros y reseñas que va leyendo (las referidas a su obra, en especial). Aún en Italia, escribe a Andrew Lyndon, desde Taormina: “Gracias, cariño, por la reseña. ¿Has leído la novela de Tennessee Williams? No hay duda de que es mal escritor”. Años después, terminaría trabajando en una obra de teatro con él.

A medida que pasan los años, Capote se preocupa cada vez más por las críticas que recibe, y el lector se va familiarizando con el carácter de un niño caprichoso, de un adulto tan talentoso como inmaduro. Si es experto en persuasión, también lo es en mentir sin motivo aparente. Según el destinatario, admite o niega, por ejemplo, el hecho de que él autorizó a The New Yorker a que venda Desayuno... al Esquire. Suponemos que miente –había autorizado esa venta– porque uno de sus amigos no tenía buen concepto de esa revista. También suele escribir para quejarse de las reseñas que recibe. Por ejemplo, al New Yorker: “Me producen gran dolor y consternación el desdén y la insultante gratuidad con que se despachó mi libro en el presente número de la revista”. En una suerte de paranoia in crescendo, se obsesiona con la idea de que su talento no sea adecuadamente valorado, al tiempo que agravia en cartas –pero también en público–, a alguno de sus contemporáneos. Luego de publicar un diario de viajes, Local Color, se decepciona porque el libro no se vende demasiado, y quiere averiguar a toda costa cómo le fue con las ventas a Christopher Isherwood con un libro del mismo género.

Su estilo de aniñada obsecuencia manipuladora se despliega a veces con sus editores. En una carta a Cerf, que le había encargado un libro para niños, escribe una larga alabanza al diseño de tapa de Random House, para luego confesar, con impostada culpa: “También espero que los límites de tu bondad abarquen lo que tengo para decirte, ya que –para pasar del modo sublime a la desesperación abisal– no he escrito Simbad. Sí, eso es lo que he dicho. No lo he escrito. Lo intenté, perdí una semana en julio, escribí cinco páginas y me quedé en blanco; el mes pasado aún volví a probar, pero no, me aburría enormemente: es una excusa poco profesional, pero no tengo otra”. Varias veces dejaría sin completar un trabajo por encargo; en 1967, la Twentieth Century Fox compra, cuando aún no estaba escrita, los derechos de Plegarias atendidas –que llegó a publicarse por capítulos en 1975. Capote recibe 200 mil dólares de adelanto pero cuando en 1971 se cumple el plazo de entrega, no tenía nada que ofrecer.

Con la publicación de su novela de no ficción, A sangre fría (“Estoy tan entusiasmado como siempre. No, aún más. Va a ser una obra maestra: lo creo de verdad”), alcanza la cúspide del éxito. Norman Mailer sugiere que escribir hechos reales en clave de ficción implica una carencia imaginativa del autor, pero Capote sabe defenderse. Más tarde, se encarga de decir que Mailer le robó su técnica, escribiendo novelas de no ficción y sin reconocerlo nunca. En esta época, se distancia de su pareja, y tiene una serie de aventuras con hombres casados y divorciados. Su producción literaria decrece a la par de sus cartas, en las que admite varias internaciones a causa de su alcoholismo. La correspondencia, una pieza más de la porción autobiográfica de su obra, muestra un universo más vital que reflexivo, que se apoya con igual intensidad en la literatura como en la vida social. Sobre ese pilar decanta la imagen del artista que nunca dejó de ser un enfant terrible a pesar de su edad y se manifiesta su imposibilidad de sobrellevar, a lo largo de los años, el don y el látigo de haber tenido un talento y un éxito demasiado precoces.

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