martes, 21 de agosto de 2007

JUÁREZ AUN ESPERA A SUS HIJAS O A LA JUSTICIA

Por María Elena Salinas
Ramona Morales ha estado esperando durante 12 años que se haga justicia. A la temprana edad de 16 años su hija Silvia Elena se convirtió en una de las primeras de un grupo de jóvenes mujeres cuyas vidas se perdieron trágicamente en uno de los casos de homicidios en serie más extraños de la historia.
Silvia Elena trabajaba en una zapatería para ayudar a su familia con los gastos. Con la precisión de un reloj llegaba a su trabajo desde su casa en el autobús de las 8 cada noche, hasta ese fatídico día cuando nunca regresó a casa. Un par de semanas más tarde fue hallado su cadáver. Había sido asaltada sexualmente y su cuerpo mutilado.
Desde 1993, alrededor de 400 mujeres han sido halladas muertas o han desaparecido en la población mexicana de Juárez, del otro lado de la frontera de El Paso, Texas. Muchas, como Silvia Elena, fueron víctimas de agresión sexual. Cerca de la mitad de los casos han sido resueltos, pero la mayor parte de los detalles que rodean los asesinatos se han quedado en el misterio. Pero eso podría estar cambiando.
Hay un interés renovado en los asesinatos de Juárez como consecuencia de la presión que han puesto las familias que han perdido a sus seres queridos, activistas de derechos humanos, grupos de mujeres y otros que están simplemente indignados por la indiferencia y falta de acción de las autoridades mexicanas en estos casos.
En “Las Hijas de Juárez: Una Historia Verdadera de los Asesinatos en Serie al Sur de la Frontera,” mi colega Teresa Rodríguez, quien pasó 10 años investigando los crímenes, le da un rostro humano a la espantosa estadística. El libro relata las atrocidades cometidas contra estas mujeres y expone la ineptitud de las autoridades locales y estatales para resolver los crímenes.

A principios de este mes, más de 90 miembros de la Cámara de Representantes de Estados Unidos -tanto demócratas como republicanos- firmaron una carta dirigida al presidente mexicano Felipe Calderón pidiéndole tomar acción en los asesinatos de jóvenes mujeres en Ciudad Juárez. La carta fue iniciativa de la congresista Hilda Solís, de California.
Los legisladores norteamericanos aplaudieron una nueva ley contra la violencia en contra de mujeres que fue aprobada en febrero, llamándola un buen comienzo, pero aclarando que se tiene que hacer más. La nueva ley llama a una integración federal, programas estatales y locales que vinculen a la policía mexicana, los tribunales, los medios de comunicación, las escuelas y otros sectores para identificar y combatir la violencia contra mujeres.
La violencia contra mujeres en México es desconcertante. Un promedio de cuatro mujeres son asesinadas diariamente en ese país, según un informe del 2004 del Instituto Nacional de Estadística e Información Geográfica. Setenta y cinco por ciento de las mujeres asesinadas en México mueren a manos de sus esposos. Y en algunas partes de México robar una vaca es un crimen con mayor castigo que violar a una mujer.
En el caso de los asesinatos en Juárez, según Rodríguez, la impunidad que rodea las matanzas asombran. “Aquellos que han tratado de llegar al fondo de los crímenes han sido amenazados, tienen que dejar sus trabajos bajo presión, son despedidos o pierden sus propias vidas en el proceso,” dice.
Después de que se arrestara a presuntos culpables y los cuerpos de jóvenes mujeres muertas continuaron apareciendo alrededor del pueblo, varias teorías han surgido sobre lo que podría estar detrás de las matanzas. En el libro “Las Hijas de Juárez” se expresan algunas de esas teorías. “Podría ser una combinación de un asesino en serie, un imitador que se ha involucrado o los hijos de familias bien que han matando a chicas jóvenes como si fuera un deporte de sangre” dice Rodríguez.
Ella no excluye la posibilidad en el libro, de que algunos de los administradores que cruzan la frontera desde Estados Unidos hacia México para trabajar diariamente en las fábricas conocidas como maquiladoras podrían estar satisfaciendo sus placeres sexuales con las jóvenes trabajadoras, entonces y deshaciéndose de la evidencia con la ayuda de funcionarios corruptos. “Quienquiera que sea,” dice ella, “es alguien poderoso con mucho dinero.”
Quienquiera que haya matado a su hija Silvia Elena, Ramona Morales espera que él o ellos sean llevados pronto ante la justicia. El término de prescripción en su caso vencerá en dos años. Las voces que hablan por las hijas de Juárez son cada vez más fuertes y apuntan más alto. El gobierno mexicano necesita empezar a escuchar.

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Maria Elena Salinas es autora del libro “Yo soy la hija de mi padre: Una vida sin secretos.”

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