viernes, 1 de junio de 2007

Romances blancos

Por Federico Maggiore,
de la antología de cuentos ‘Éxaphon’.


Esta obra contiene 5 personajes... (es decir), cinco –personajes, claro–. El primero pulula entre las putas del perímetro más cercano; punta de cremas –le dicen–, pliegue de un vestigio de otras épocas pasadas que pasaron a formar parte de aquellos otros pasados que giran en torno a más y desconocidos pasados que también pasaron sin rastro y del que nadie en su memoria recuerda que ha tenido una memoria que tal vez algún estado sin derecho le ha hecho olvidar. Este notable sujeto cual un personaje se debate siempre (a todo momento, dice él), entre el actor-intérprete que no supo-pudo ser, amalgamando palabras cual un comediante de bajo presupuesto que debe explicar todo, y todo debe hacerlo dos veces, es decir, decirlo dos veces: porque aquellos que carecen de público finalmente deben ser el actor que cuenta y el público que aplaude; primero, dice como sujeto de pie en el escenario; segundo, se manifiesta como oyente ante lo anteriormente dicho. Es un individuo sin figura o una figura sin individuo que acalla aquello que ya... ¿cómo decirlo? Lo cierto es que esta personalidad de la que goza el personaje o el actor-intérprete, no es más que una caricatura referente a interminables sinónimos, puesto que su hablar se basa en ello. Cito: “Paraje del sur que no contemplé, no pude esta tierra divisar, qué estancia, parte o lugar, ¡ay de mí si yo fuera aquello que ya no seré!”. Yo digo de este libro, y ahora hablo dejando a un lado este personaje y relegando a los otros 4 –o cuatro–, que es sosteniblemente insoportable. Sí, claro, ya sé; puedo oír las risas, no se alteren. Y repito –para despejar dudas– sólo que ahora con un movimiento de piezas (pues qué son las palabras sino las piezas con las que trabaja el narrador), entonces repito: insoportablemente sostenible. Para los que no leyeron la obra, menos aún para los que no leyeron nunca a Thomas Wolfe Wellington Williams, sólo les puedo decir que, como su apellido lo dice (pueden tomar cualquiera de los tres), sus obras son amplias y envidiables orgías donde hasta las elásticas y poco divinas religiones, merodean los confines más inaccesibles de las ciudades, y he aquí que ello ha de despertar en todos los ciudadanos el deseo de abandonar toda pasividad y encaminarse casi desnudos con el único fin del mundo: la reproducción. Con respecto a su apellido, que nada tiene que ver con él ni con sus antepasados, se sabe (o se cree), que lo adaptó (o adoptó), a manera de broma, sólo que no se sabe cuál –específica y realmente– fue la intención de la broma. Cualquier persona inteligente (aunque no abunden) sabe que pocas probabilidades hay que de tres apellidos los 3 comiencen con la misma letra... W. Si yo digo que me llamo Eulogio Sarro Sarpa Serpentilo, más de uno me dirá cómo no me ahogaron a los dos días de haber nacido, o cómo puedo ser tan estúpido de no suicidarme ante semejante... en fin. Este narrador (o los muchos narradores que hay en un mismo narrador –es decir, las muchas voces de las que se hace el autor para narrar en distintos momentos, de distintas formas y voces–), no es más que el propio grito de Thomas W3 –a partir de ahora le diremos así–, para dar a conocer lo que nadie, precisamente, conocía. Recordemos que en su época hablar de ciertas cosas era sinónimo no sólo de ser mutilado, sino de ser vejado a plena luz del día, hasta por el último niño-joven del pueblo y/o de las ciudades más cercanas; (entre nosotros, alumnos, ni el más necesitado de amor comete semejante disparate; con esto quiero insinuar la condición sexual de nuestro caballero inglés). Por ello, a W3 no sólo lo continuaron ultrajando después de muerto, sino que, a los tres días de haberlo asesinado, lo trozaron y su parte ya femenina de la que ni forma de pera resistía, fue de casa en casa, de puerta en puerta y de hombre a hombre... Bien, no nos asustemos que esto afortunada... –o lamentablemente– para la mayoría hoy no sucede. Entonces, bien pueden escribir, señores, serenos, pues nada semejante puede ocurrirles. El ejemplo de W3 y sus personajes nos sirve para aclarar y profundizar en la teoría que sostienen algunos sobre la literatura de nuestros días. Si bien cada uno de los cinco personajes de esta obra es la sombra de su autor, no olvidemos que nosotros como autores no debemos ser la sombra de otro ya consagrado autor. Esto se sostiene en el capítulo VIII de las Alquimias pastorales juveniles según San Mateo, ¿y que fueron escritas por quién...?, correcto, por nuestro siempre adorado W3. Para los críticos primeros y algunos de ustedes, alumnos, que creyeron que W3 era un whisky escocés, lamento haberles informado todo esto. Entonces, para la próxima... la proximidad de las cosas o los días no está más próxima que la proximidad de nuestra propia muerte, supo decir nuestro hoy estudiado autor, veremos el capítulo III de Romances blancos. Hasta ese día entonces.

En la casa de la calle Serrano, Milena se prepara para asistir a su clase como todos los miércoles. Apaga el televisor que su esposo ha dejado encendido; se viste. Quiero destacar aquí, entonces, dicha ceremonia. Contemplándose en un gran espejo, ya desnuda, se detiene. Acaricia sus labios; juega una sonrisa al sentir cómo su piel le expresa con diminutos puntitos que hace frío. Tuvo intenciones de vestirse aprisa, sólo que, viéndose, así, ahora se gusta. Imagina otras manos en ella, cerrando los ojos. Piensa en esos labios que volvió a encontrar siete días antes, los ojos, el cabello largo; un cuerpo diminuto, como a ella le gusta, como ella es. Se vieron, intercambiaron palabras –un saludo solamente– y cuando pretendió acercarse, tímidamente, el otro ser ya había huido. Cuanto más la pienso, yo, ahora, más la quiero; la veo allí, desnuda, temblando de frío. Sé que mi amor le aporta alas, las mismas que tal vez no tiene; sé también que la veo pequeña, frágil y blanca. Siempre he deseado mujeres de cuerpos blancos, de tiernos brazos y manos de bebé. La supe, porque la sé, sola, aunque nuestra amistad a veces le ayude a vaciarse, ella nunca acaba por deshacerse de ese deseo que lentamente está ultrajándola. Rápidamente se cubre al verme; me excuso. (Cómo no detenerme al verte así, tengo tantas ganas de abrazarte –pienso). Me regala una sonrisa, y como lo hacemos siempre, volteo entretanto ella toma su ropa y comienza a vestirse. Yo siempre siento lo mismo, en este momento. Más que amor, así, es lástima; lástima de mí. Dolor de saberme así, con ella, desnuda y cubriéndose, amigos los dos, años de estar juntos; tiempo de estar solo; tiempo de saberla triste. Su boda fue un atentado para mí, y el comienzo que habría de extinguir su verdadero amor. Cuando ambos estuvimos listos, partimos. Ella me habla, o dice algo suavemente, con cierto ritmo, mientras caminamos hacia Avenida Santa Fe. Suele tomarme del brazo, siempre. Repasamos los puntos fuertes de la lectura que hicimos tres días antes, abordo del colectivo que nos acerca a la facultad. Aunque siempre nos gusta no estar de acuerdo, esta mañana coincidimos en varias cosas. Yo, todavía continúo viéndola desnuda, en su cuarto; no puedo apartar su cuerpo de mí; nunca pude acostumbrarme –a pesar del tiempo– a verla así, y la imagen ha de perdurar hasta el próximo encuentro en que, nuevamente casi sin proponérmelo, la halle en su habitación... Tantas alas le otorgo; tantas alas le invento. Si yo fuese otro, y ella fuese otra; si la calle de la casa no fuera Serrano; si su boda no hubiese tenido parte en esta vida; si ambos nos... Si yo a cambio de... O cuando ella me mira para decir... Milena, ninguno de los dos ya existe como..., tomemos un avión y cantemos lejos de toda esta vida que tenemos; cantemos un tango, perdámonos en una playa, desnudos, abiertos al sol y, el viento...; debe existir el lugar donde la muerte no tenga acceso. Y todo se acaba. Descendemos. Vuelve a tomarme del brazo. Caminamos cuatro cuadras. Llegamos a la facultad.

Otra vez he vuelto a soñarla. Otra vez llegó el día. Mecánicamente realizo mis tareas. Ojalá que, mecánicamente también, hoy, como tantas veces, pueda sorprenderla. Anoche no pude escribir; debí memorizar algunas frases de W3; seguro ha de saber que todo cuanto hago es para continuar a su lado, que no me inquieta saber el pasado de un autor homosexual y menos aún escuchar a aquel ridículo profesor. Tal vez algún día pueda dar a conocer esta historia; tal vez algún día; tal vez. Hace una semana hallé hurgando entre viejas cajas, fotos nuestras de la época escolar. Ambos con uniforme; si siento verla igual, no creció, o sí lo hizo pero su cuerpo es el mismo. La misma estatura, los mismos senos, idénticas manos; el mismo cuerpo que desnudo –aún a altas temperaturas– continúa expresándole frío por medio de esos puntitos que la recorren toda. Cuánto tiempo amigos los dos, años de estar juntos; tiempo de estar solo; tiempo de saberla triste. Nadie alcanza su objetivo; nadie cumple su meta; nadie nos corresponde. Nuevamente debo organizar esta habitación, ya son poco creíbles las excusas que le ofrezco, siento tanta vergüenza de tenerla aquí, en mi casa, tan pequeña, casi pobre; siento tantas cosas y aún son más las que callo. ¿Por qué? Una semana hace que recibí la carta de Andrea, ella tampoco ya no sabe qué excusas escribir para aparecerse por aquí. Le dije muchas veces que no la quiero, que no me escriba culpándome por estar en la totalidad de sus días; no soy culpable si me sueña, si no me tiene, si no la extraño y si nunca lo hice. Ya no quiero responder más sus cartas; tal vez no le escriba; aunque sea la única persona que desee mis letras; la única. Hoy pasaré a buscarla, a ella, como de costumbre; esperaré como siempre el horario en que su marido se prepara para salir. Cuando la puerta se abre, aparezco, lo saludo y me invita a pasar excusándose por no quedarse a conversar un poco, pues como siempre, tendrá prisa. Cerraré la puerta cual si fuera mi casa; y esperaré abajo, cinco minutos; exactos cinco minutos. Miraré el reloj y diré en voz baja estamos atrasados. Subiré a buscarla; uno por uno los escalones. Veré la puerta de la habitación tímidamente entornada, a la que llegaré, en silencio, presintiendo ya su cuerpo desnudo. Y, finalmente, la veré acariciar sus labios, y jugar una sonrisa ante la expresión de su cuerpo; se gustará, toda. La pensaré, la querré, allí, desnuda, temblando de frío. Le aportaré alas que no tiene. La veré pequeña, frágil y blanca; sí, con su cuerpo blanco, de tiernos brazos y manos de bebé. La sabré. Y todo cuanto ocurre después... la salida, la caminata –del brazo–, la avenida, el colectivo, la charla, el descenso y nuevamente unidos –por los brazos–, la llegada, el pasillo, los compañeros, el ruido, luego el silencio, el profesor, el escritor, la tarea, la lectura, el monólogo del profesor, W3, el profesor, el cierre de la clase, la tarea, el ruido que resurge, el pasillo, la salida de la facultad, la caminata..., y, tal vez, se encuentre con aquellas otras manos que imaginó en la habitación, cerrando los ojos; pensando en esos labios, los ojos, el cabello largo; ese cuerpo diminuto, como a Milena le gusta, como ella es, y como aquella que de labios, ojos y cabello largo es. Seguro la verá pasar, pero ya no intercambiarán palabras –ni un saludo–. Seguiremos nosotros, entonces, hasta llegar a su casa. Una vez allí, en la puerta de la calle Serrano, oyendo de fondo las voces del televisor que observa su marido, acordaremos un horario que nos quede bien a los dos, para la próxima clase a la que asistiremos habiendo leído a W3 y sus Romances blancos.

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1 Comentarios:

A la/s 1 de junio de 2007, 10:42 p. m., Blogger Emma Funes dijo...

que grande que sos!!!!!

 

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